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La Fauna de la Prohibición

La literatura y el cine son una maravillosa fábrica de personajes que retratan con perfección los vicios humanos. Cuando Shakespeare quiso escribir sobre la pasión insana de los celos concibió a un moro en Venecia, a quien bautizó como Otelo. Dickens le puso nombre a la amargura que provoca la felicidad ajena con Scrooge, el avaro protagonista en Cuento de Navidad.

Así como los celos, la avaricia o la maldad tienen sus representaciones ideales, yo no conocía al personaje perfecto para pintar el retrato de la corrupción. Hasta que encontré a Enoch Nucky Thompson, el protagonista de la serie de televisión Boardwalk Empire. Nucky no es producto de la imaginación, sino la versión telenovelada de un personaje de carne y hueso: Enoch L. Johnson, jefe político de Atlantic City en los años de la prohibición del alcohol.

Entre 1919 y 1933, en Estados Unidos, se aplicó una prohibición constitucional a la fabricación, transporte y venta de “licores intoxicantes”. Cuando le ofrecieron a Nucky competir por un escaño en el Senado, rechazó la propuesta por considerar que las lides electorales eran indignas de un jefe político de su rango e influencia. Desde la tesorería del municipio de Atlantic City, Nucky controlaba la vida política del estado de Nueva Jersey. Su poder emanaba de la administración discrecional del incumplimiento de la ley. Su falta de escrúpulos se puede destilar con algunas frases dignas de almanaque: “Nunca dejes que la verdad le estorbe el camino de una buena historia”, esa fue la respuesta de Nucky cuando alguien le reclamó el aderezo de mentiras con que condimentó un discurso. Al escuchar que resultaba demasiado cara la operación electoral para asegurar un triunfo en las urnas, él simplemente reviró “me sale más caro perder”.

Los negocios de Nucky son un catálogo completo de corruptelas gubernamentales: venta de plazas, arreglos turbios con sindicatos, comercialización de licencias y permisos, etcétera. Sin embargo, su principal fuente de riqueza consistía en controlar el negocio ilícito del alcohol. La prohibición fue su bonanza. La fuerza del mercado ilegal arrasó con la solidez de las instituciones judiciales y políticas de Estados Unidos. Policías, alcaldes, legisladores y jueces le dieron la espalda a la ley para ponerse al servicio de los comerciantes de destilados. Ante el riesgo de metástasis institucional, en 1933, el Congreso federal aprobó la enmienda número 21 a la Constitución para determinar que cada estado de la Unión Americana estableciera sus propias leyes sobre el alcohol. Mississippi, una de las últimas trincheras de la prohibición, permaneció “seco” hasta 1966.

Esta semana, la organización México Unido Contra la Delincuencia (MUCD) convocó a un foro para discutir un siglo de prohibición de las drogas. Héctor Aguilar Camín resume con claridad las conclusiones del evento: “Terminar la prohibición, legalizar las drogas es el único camino cierto a la reducción de las rentas ilegales del tráfico y del consiguiente poder, violento y criminal, de los narcotraficantes”. Los argumentos para crear mercados regulados de drogas se parecen mucho a las ideas que pusieron fin a la prohibición del alcohol en Estados Unidos.

En días recientes, la prensa reportó que la organización de los Zetas tenía en su nómina a un general de la Sexta Zona Militar y a una ex subdelegada de la PGR en Coahuila. Si así se corrompen a las fuerzas federales, ¿cómo será la situación de las policías estatales? Estos no son personajes emanados de la televisión o la literatura sino servidores públicos mexicanos que han cedido al poder corruptor de la prohibición. No son los primeros, tampoco serán los últimos. Esta es la fauna nociva que crece a la sombra de la prohibición y no habrá guerra que termine con ella. Víctor Hugo decía que no hay nada más poderoso que una idea a la cual le ha llegado su tiempo. La evidencia acumulada deja claro que la idea de nuestra época es la regulación y legalización del mercado de drogas.