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¿Dónde quedó la bolita?

Algo debe saber Felipe Calderón sobre los problemas que enfrenta nuestro país. El inminente ex mandatario mexicano sostuvo en una entrevista publicada esta semana en la revista The Economist: “Si tienes un problema serio en tu estado, el gobierno federal va a venir al rescate… Una de mis conclusiones como Presidente es que nuestro sistema federal no tiene los incentivos alineados correctamente”. Uno de los mayores retos que encontrará el presidente Peña Nieto será darle gobernabilidad y eficacia a nuestro régimen federal. Los desafíos más apremiantes de México están vinculados a nuestra disfuncionalidad federalista: la crisis de seguridad pública, la calidad de la educación y la urgencia de acelerar el crecimiento económico son problemas que no se pueden resolver sin la activa concurrencia de la autoridad federal, los estados y los ayuntamientos. La noción básica del federalismo es la corresponsabilidad de los tres niveles de gobierno en el timón de la República. Los éxitos y tropiezos del sexenio que está por comenzar se escribirán en las distintas regiones y ciudades del país. La suma de estas narrativas locales contará la historia del futuro de México. Esta semana el IMCO presentó el Índice de Competitividad Estatal 2012 con el título: ¿Dónde quedó la bolita? Del federalismo de la recriminación al federalismo de la eficacia. La pregunta que da nombre al estudio alude a un viejo juego que combina el azar, la adivinanza y la transa. Sobre una mesa hay tres tapaderas y una pelotita. Bajo la consigna de que la mano es más rápida que la vista, un hábil embaucador mueve la esfera diminuta entre las tres tapaderas. Sus dedos en efecto son más ágiles que los reflejos de las pupilas. Algún incauto dentro del público decide arriesgar unos pesos para atinarle a la tapa donde esconde la bolita. El desenlace es previsible: el engaña-bobos oculta la pelotita entre su manga, su cándido cliente descubre la lentitud de sus ojos y una súbita ligereza en el bolsillo. Este juego es una metáfora del federalismo mexicano. La pelotita es la responsabilidad política, las tapas que esconden la esfera son los tres niveles de gobierno. Los incautos somos 112 millones de personas. Hay una fuga de un penal en Tamaulipas. La cárcel es estatal, pero los reos que organizan el escape son presos federales. Las autoridades involucradas intercambian fuego cruzado de achacamiento de responsabilidades. Los criminales siguen en la calle. El nuevo alcalde de Acapulco encuentra las arcas vacías del municipio y una deuda monumental. Ante la crisis, el flamante presidente municipal pide un salvavidas financiero a la Federación. El ayuntamiento entrante no tiene la culpa del desastre, pero la Secretaría de Hacienda no quiere caer en el riesgo moral de condonar despilfarros y corruptelas. Como no hay reelección municipal, el viejo alcalde ya tiene nueva chamba con fuero federal. No hay fondos para pagar la nómina municipal. Los acapulqueños y los turistas pagan el pato con peores servicios públicos y el resto de los mexicanos con el dinero de sus impuestos. Estas postales de la disfuncionalidad no son escenas de ficción sino historias cotidianas del México del siglo XXI. En los últimos 12 años el federalismo mexicano hizo crisis. Dos presidentes panistas chocaron contra el iceberg de 32 gobernadores con mucho poder y poca presión para rendir cuentas. Enrique Peña Nieto ya fue gobernador y ahora le tocará encarar estos problemas desde la óptica de Los Pinos. Es necesario cambiar normas e instituciones para corregir los incentivos. Sin embargo, ponerle fin al juego de las pelotitas pasa por una idea central: los gobiernos estatales deben tener responsabilidad primaria por lo que sucede en sus entidades, salvo en temas estrictamente circunscritos al ámbito federal. Mientras esto no sucede y con voz de merolico de banqueta: “Usted, mi amigo ciudadano, damita contribuyente, pásele a jugar, confíe en lo que ven sus ojos, diviértase, gane y dígame dónde quedo la bolita”.