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Un gobierno de izquierda

A México le haría muy bien ser gobernado por una izquierda serena y sensata. Nuestra democracia y nuestra economía se verían fortalecidas por un liderazgo político que tuviera como máxima prioridad los problemas de pobreza y desigualdad de oportunidades. A través del tiempo y el planeta, la evidencia demuestra que la mejor manera de reducir la marginación social es por medio del crecimiento incluyente. Un gobierno de izquierda debería tener como obsesión prioritaria acelerar y sostener el dinamismo económico. Las naciones que lograron cambios más profundos fueron aquellas que forjaron pujantes clases medias, donde antes sólo había una población con carencias materiales y aspiracionales. Nada hay tan disruptivo para el status quo que el crecimiento económico. Las revoluciones más trascendentes y pacíficas son aquellas que tienen como catalizador el mérito y el esfuerzo individual.

México ya tiene un partido político que postula la revolución institucional y otro que promueve la revolución democrática. Aún nos falta fundar el nuevo PRM, el Partido de la Revolución Meritocrática. La reivindicación del mérito como motor de transformación social es compatible con una izquierda republicana que buscaigualar oportunidades y abolir privilegios.

El domingo pasado casi siete de cada diez votantes mexicanos decidieron que no era el tiempo para un gobierno de izquierda o que AMLO no era el hombre adecuado para encabezarlo. A nuestra transición democrática todavía le hace falta su versión local de un Felipe González, un Ricardo Lagos o un Lula teotihuacano. Sin embargo, la izquierda mexicana tiene un puñado de liderazgos modernos, Marcelo Ebrard, Juan Ramón de la Fuente o Miguel Ángel Mancera, que bien podrían aspirar a cumplir ese papel.

El 2012 ha sido un gran año para la izquierda mexicana. En el DF tuvieron la votación más alta de la historia. Ganaron
Tabasco, Morelos y en el norte del país lograron votaciones importantes. Su fuerza en el Congreso de la Unión les permite, de la mano del PAN, avanzar una agenda legislativa para fortalecer la transparencia y rendición de cuentas en estados y municipios. Si el gobierno de Enrique Peña Nieto no socava los cimientos de las instituciones democráticas, el PRD tendría argumentos sólidos para aspirar a una alternancia hacia la izquierda en el año 2018. Sin embargo, el futuro de la izquierda mexicana dependerá en gran medida de las decisiones que se tomen en las próximas horas y semanas.

Una izquierda que aspire seriamente al poder deberá mantener cerca a sus votantes leales, pero también tender puentes a los ciudadanos que primero sufragaron por el PAN y luego optaron por Peña Nieto. Ese votante moderado, sin camiseta partidista, tiene las llaves que abren y cierran las puertas de Los Pinos. Después del conflicto poselectoral de 2006, AMLO quemó sus naves con ese sector del electorado. La descalificación de los comicios sin el sustento de evidencias y la bufonada de tomar posesión como presidente legítimo fueron dos lastres que cargaron todos los candidatos de la izquierda mexicana.

Los cuestionamientos sobre la elección del domingo pasado se deben canalizar por los cauces institucionales, no sólo por el bien de la democracia mexicana, sino también por el prometedor futuro de la izquierda. Si la elección ocurrió en el contexto de una democracia imperfecta, donde la televisión tiene el poder de cargar los dados hacia un candidato ¿por qué legitimar los comicios con su candidatura? El escándalo de las tarjetas Soriana y la compra de votos se debe perseguir y castigar por los caminos y procesos validados por todos los partidos políticos. Las normas y las instituciones son el único asidero de la República. La otra alternativa es la espiral de la incertidumbre.