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Una revolución femenina para un México con mayor bienestar y equidad

Foto: Moisés Pablo / Cuartoscuro.com

Ana Laura Martínez

México es un país de contrastes, de diversidad y de exclusión. La discriminación económica, política y social en nuestro país toma distintas dimensiones y utiliza categorías diversas para operar estereotipos y estigmas que terminan afectando a grupos poblacionales específicos, y a su paso mina la unidad, la cohesión social, y con ello las posibilidades de éxito, competitividad y bienestar para todos.

Probablemente no existe una categoría discriminatoria más notoria que la que hemos construido en torno a los hombres y las mujeres. Las diferencias entre uno y otro se normalizan y se vuelven parte de nuestra vida cotidiana, lo cual da forma a estructuras y a organizaciones políticas y económicas.
Sin embargo, hay estadísticas clave que nos recuerdan las injusticias e ineficiencias que dichas exclusiones generan. La baja participación de las mujeres en el mercado laboral es una de esas realidades producto de procesos discriminatorios históricos que se han construido a partir de prácticas culturales, pero también institucionales y por políticas públicas específicas.

De acuerdo con la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), el promedio de participación de las mujeres en la fuerza laboral de los países que integran este organismo es de 60.1%; en contraste, en México el porcentaje de mujeres en edad de trabajar que están empleadas es del 44.9%. Las consecuencias económicas de la exclusión de las mujeres del mercado laboral son grandes. Según la OCDE, si nuestro país lograra aumentar la participación laboral de las mujeres de forma que se redujera la brecha entre hombres y mujeres en 50% podríamos incrementar el PIB per cápita en 0.2 porcentuales al año.

Además, el Índice de Mejores Trabajos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sitúa a México en el lugar número 13 de 17 países latinoamericanos, al obtener niveles por debajo del promedio tanto en lo referente a la participación laboral y el desempleo, como en los índices de formalidad y salarios suficientes. Más aún, el país registra una importante brecha de género. Solo tres países (Guatemala, Costa Rica y Ecuador) de la región muestran mayores desigualdades entre hombres y mujeres.

En los últimos años, la preparación de las mujeres ha aumentado de forma importante. De hecho, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) al tercer trimestre de 2017, el promedio de escolaridad de las mujeres en todos los grupos de edad (desde 15 hasta 59 años) es superior al de su contraparte masculina.

No obstante, la exclusión no solo se manifiesta al entrar al mercado laboral, una vez adentro, las mujeres (sobre todo las que menos ganan) tienden a formar parte del mercado informal con mayor intensidad que los hombres. La siguiente tabla muestra dicha realidad con un porcentaje menor de participación que los hombres para cada nivel de ingreso y una alta informalidad en los primeros niveles de ingreso.


La baja participación de las mujeres en el mercado laboral es el resultado de una estructura cultural, social e institucional que complica la entrada a los mercados, sobre todo a los formales. Hasta hoy, México le queda a deber a sus mujeres: a las madres que trabajan jornadas largas a cambio de salarios insuficientes para proveer a sus familias de las necesidades básicas, las trabajadoras excluidas del sector formal y con ello del beneficio de guarderías, permiso por maternidad y servicios de salud para ellas y sus hijos. Ser mujer en México te obliga a ser una luchadora, a ser resiliente, a trabajar día y noche para cubrir las necesidades de tu familia.

Es tiempo de que reconozcamos el esfuerzo de todas nuestras mujeres. Es tiempo de que su empleo, cualquiera que sea, les asegure el acceso a la seguridad social, a salarios justos, a un trato igualitario, a seguridad en sus lugares de trabajo, a igualdad de oportunidades. Solo con un mercado laboral incluyente que fomente la participación de las mujeres, podemos mejorar el ingreso y con ello el bienestar de las familias.

Empecemos por asegurar el acceso a la seguridad social a todas las mujeres que trabajan, incluyendo guarderías. Legislemos a favor de un mercado laboral más flexible donde las madres trabajadoras tengan horarios flexibles que les permitan compaginar su rol de madres con sus trabajos. Persigamos de una vez y por todas, todo acto de discriminación y violencia a las mujeres en sus lugares de trabajo.

No hay mejor política social y de combate a la pobreza que un mercado laboral incluyente.
Los mercados no pueden beneficiar a quienes están incapacitados de participar en ellos. El gobierno está llamado a combatir los obstáculos de entrada al mercado laboral, a asegurar un trato igualitario para las mujeres, y empezar por el mismo pago a trabajos iguales.

El empoderamiento de las mujeres mediante una mayor participación en el mercado laboral rendirá frutos económicos, pero también generará modelos a seguir para las futuras generaciones. Las mamás mexicanas podemos y queremos cambiar el entorno en el que nuestros hijos están creciendo. Sabemos que se reconoce nuestra labor dentro del hogar, pero necesitamos las herramientas adecuadas para realizarnos plenamente. Exijamos equidad en la empresa y en el hogar.

Publicado por Expansión
10-05-2018