El ya no tan nuevo coronavirus, ese que llegó a finales de 2019, seguirá presente, todos lo sabemos. Lo que no sabemos aún con claridad, pero sí lo intuimos, es que esa pandemia cambió la conducta, la manera en la que tomamos las decisiones. Los choques productivos de la magnitud que se vio en 2020 mueven todas las estructuras sociales y de comportamiento. Se ha sabido siempre, pero es distinto ser testigo de ello.
Las diferentes etapas de la epidemia de peste bubónica del siglo XIV cambiaron la forma de la sociedad. Hay quien argumenta, incluso, que ese choque brutal —con el paso del tiempo— dio pie al surgimiento de una clase media que no existía antes y que marcó un paso hacia el fin del feudalismo. No pretendo equiparar lo sucedido hace casi 700 años con la crisis reciente, pero sí es preciso reconocer que los choques abruptos detonan cambios sociales.
El choque en el PIB en México en 2020 ha sido de los más grandes en la historia económica del país. La caída cercana al 8.8% es la segunda más grande registrada desde 1932. La producción mexicana apenas se recuperó a mediados de 2023, pero los cambios ocasionados van más allá del crecimiento del PIB. El mercado laboral es distinto al que se tenía hace solo cuatro o cinco años. No es solo la presencialidad o la posibilidad de trabajar a distancia. Tampoco es igual enseñar —o aprender en todo caso— hoy a cómo era hace unos años. La actitud frente ambas actividades es distinta.
El consumo también cambió. Ya antes de la pandemia se veía una tendencia hacia consumir más “experiencias”, el covid probablemente aceleró el cambio. A nivel global, los datos muestran que la gente desea viajar y lo está haciendo, asisten más a restaurantes de lo que hacían antes y la asistencia a eventos recreativos —conciertos y deportes— no hace más que crecer. A pesar del acceso a infinidad de recursos en línea —educativos, entretenimiento, laborales— la mayor demanda se está dando en actividades presenciales. Los precios dan cuenta de ello.
En México, el cambio empezó a hacerse notar a mediados de 2021. La inflación empezó a acelerarse y el ritmo del aumento en el precio de los combustibles —y posteriormente de los granos por la guerra de Rusia en Ucrania— disimuló el cambio en la tendencia en el precio de los servicios. Al abrirse las posibilidades de viajar, de ir a conciertos, de ir a restaurantes o de ir a un partido, los mexicanos corrimos a hacerlo. A ese cambio en las preferencias de consumo hay que sumarle el aumento en los ingresos posterior a la pandemia y un tipo de cambio cada vez más fuerte que abarata, en términos relativos, el consumo de algunos bienes y servicios.
El cambio ha sido muy rápido en algunos servicios, desde luego no en todos. Son épocas de adaptación. En algunos años observaremos con incredulidad lo que consumíamos y cómo lo hacíamos antes del 2020.
La semana pasada hubo decisiones de tasas de interés en varios países. La tasa de interés de referencia en México bajó 25 puntos base al mismo tiempo que la inflación repuntó ligeramente presionada, una vez más, por el componente de servicios. El 3% que tiene el banco central como objetivo se ve cada vez más lejano.
¿Serán duraderos estos cambios? ¿Seguirá estando la gente dispuesta a pagar lo que sea por ir a un concierto, a un partido de futbol o por comprar los tenis de moda? No lo sabemos, pero si la población se comporta como lo ha hecho siempre, sí, el consumo ya cambió.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
26-03-2023