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La campaña -no campaña- para las elecciones presidenciales empezó. Es sabido que la política -y las campañas electorales en particular- son territorio salvaje, y las redes sociales el escenario perfecto para ensañarse contra los opositores con calumnias y ofensas. Pero, ¿por qué para las mujeres las condiciones de competencia y las críticas suelen ser más agudas? ¿Por qué se juzga de forma distinta a una candidata con respecto a sus contendientes hombres?
En general, ser parte de una campaña electoral implica para las mujeres una experiencia particular que se materializa en la evaluación de la apariencia física con un detalle inusitado y el análisis con lupa de su vestimenta y comportamiento. También, ser mujer en una campaña supone la fiscalización de la vida privada (no sea que se logre encontrar una relación sentimental que “explique” cómo ha llegado hasta ahí), la exigencia estricta de coherencia entre las palabras y acciones, entre otros.
En la precampaña anticipada hemos visto dos casos que ejemplifican este fenómeno: una candidata fuertemente criticada por dirigirse al público con el estilo que después de horas de conferencia matutina ha inmortalizado el presidente Andrés Manuel López Obrador. También, a una candidata disruptiva de oposición que despertó un furor repentino en redes sociales, y con ella un conjunto de críticas y caricaturas que cuestionan entre otras cosas su apariencia física y su identificación étnica.
Sin ánimo de justificar estrategias vergonzosas de mercadotecnia política, me pregunto: ¿no será que imitar a un hombre puede constituir un mecanismo efectivo para buscar la victoria electoral en un país machista? ¿No será que ser ungida por el “gran tlatoani”’ es la manera de ganar popularidad en un contexto particularmente hostil con las candidatas mujeres? Tal vez si los que hubieran imitado a su jefe fueran los demás candidatos denominados “corcholatas” serían más estrategas y menos ridículos.
En los debates políticos ya aparece la pregunta de si México está preparado para tener una presidenta. Contestar esta cuestión implica una reflexión: aunque en el país cada vez las mujeres participan más en las esferas políticas, la violencia política de género es una realidad preocupante de cara a las próximas jornadas electorales.
De hecho, las elecciones de 2021 fueron las más violentas para las mujeres: de los 35 asesinatos cometidos, 21 fueron contra candidatas. Además, en este período electoral, se evidenciaron otras formas de violencia contra mujeres, incluyendo discriminación, minimización, descalificaciones y lenguaje sexista. También, por citar un ejemplo, han sido numerosos los casos en los que partidos generan estrategias para cumplir con cuotas de género sin que esto implique cambios estructurales. Por supuesto que México está preparado para ser gobernado por una mujer. Esa no es la cuestión. La pregunta es si las estructuras machistas que aún sustentan la política en nuestro país -en todos los partidos- pueden soportar la expansión de los liderazgos femeninos ¿Tendremos dos candidatas en la carrera por la presidencia? El tiempo y la evolución de las campañas lo dirán.
Publicado en La-Lista.
12-07-2023