Lo digo cada vez que puedo. Oaxaca es una de mis ciudades favoritas. Me encantan sus casas antiguas, su baja altura, sus pisos y sus calles. Hablar de su comida ya sería un lugar común: moles extraordinarios, chocolate y quesillos enredados. Así que no es ninguna sorpresa que aproveche cualquier oportunidad para visitarla.
En esta ocasión me invitaron a hablar de la economía mexicana y de la competitividad de Oaxaca en el marco de las Jornadas Universitarias organizadas por la Universidad Vasconcelos. Desde que llegué me lo advirtieron: tenemos un problema con los residuos sólidos. Visité Oaxaca hace tres meses. La ciudad que vi este fin de semana no tiene nada que ver con la que vi en agosto. No solo estaban llenos los basureros de las calles turísticas más transitadas, la basura se desbordaba y atraía a todo tipo de bichos. Del olor, mejor ni hablamos.
Caminé al Zócalo de la ciudad que desde hace años se encuentra tomado por pueblos triquis que reclaman desplazamientos de su región y que, además de su asentamiento, han montado un tianguis que ocupa una buena parte de la plaza. En una de sus esquinas hay un montículo de basura gigante, ya cubierto con cal, para tratar de contener el olor y las moscas, sin lograrlo. En otra esquina, los niños juegan ahí, encima de la basura. A nadie parece llamarle la atención. En el poco tiempo que estuve llegaron personas a depositar más basura, desde elotes y vasos de esquites, hasta enormes bolsas negras que se rompían al aventarlas al montón.
Pero la basura no solo está en las calles turísticas ni en el Zócalo. Está fuera de los mercados -imaginen el riesgo sanitario- y fuera de las casas. Hablar de separación de residuos suena aspiracional. Todo revuelto, todo sucio.
Podría ser anecdótico de no ser un problema estructural. No es que los camiones de basura no estén pasando temporalmente o que se trate de un conflicto sindical –no sería raro—que puede resolverse. No. El tema lleva cocinándose años. La ciudad de Oaxaca deposita sus residuos -su basura- en la Villa de Zaachila, junto con otros 25 municipios que, en conjunto, generan más de 800 toneladas de residuos al día. El basurero cerró en octubre tras 42 años de operación. Y lo hizo por la simple razón de que se llenó. No se llenó de la noche a la mañana. Hubo avisos y tiempo para planear y buscar soluciones. Pero nada sucedió y hoy la ciudad de Oaxaca está inundada de basura. El presidente municipal poco ha hecho al respecto.
Oaxaca, se sabe, es el estado con más municipios del país, 570, y ese número no simplifica las cosas, las complica. O quizás es resultado de complicaciones ya existentes, pero ese es otro tema. La recolección de basura es facultad de los municipios como lo establece el artículo 115 de la Constitución, pero en un estado con tantos problemas que resolver, cualquier que aqueje a la ciudadanía se vuelve un rompecabezas o un deslinde perpetuo de responsabilidades.
La responsabilidad hoy le corresponde al presidente municipal de Oaxaca, Francisco Martínez Neri, de Morena, que está por cumplir un año en el cargo. Sin embargo, el todavía gobernador, Alejandro Murat aclaró que él está colaborando para solucionar el problema, incluso habiendo conseguido ya los nuevos terrenos en los que se hará un nuevo relleno sanitario. Mientras tanto, como a todo problema público, surge una “solución” privada, hoy hay recolectores paralelos de basura que la tiran en los ríos. ¿Qué contamina? Ay, a quién le importa.
Un problema como el que está viviendo actualmente la ciudad de Oaxaca pone de manifiesto nuestros más grandes defectos: la nula capacidad de planear, de pensar a futuro; el poco civismo; el deseo de politizar hasta la recolección de basura; la inagotable búsqueda del poder por el poder.
Mucha grilla, pocas soluciones.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en Opinión 51.
10-11-2022