Ya está por terminar este 2023 lo que abrirá la puerta a los últimos meses de la administración del presidente López Obrador. Este año termina con notas contrastantes en materia económica.
En primer lugar, destaca el crecimiento con el que cerrará el año. Falta todavía para tener las cifras definitivas, pero México crecerá por arriba de 3%. Será un buen dato, pero parece que ya nos olvidamos que México sigue siendo una economía emergente y que, por lo tanto, tendría que estar creciendo por arriba de esa tasa de manera sostenida. Hay que alegrarse del buen crecimiento, sin duda, pero no hay que conformarse con una cifra que debería de ser recurrente.
A finales del año pasado y principios de este, las expectativas de crecimiento eran inferiores y es válido preguntarse por qué se erró de tal forma en los estimados de producción. La respuesta se encuentra en Estados Unidos y en la recesión que nunca llegó. Los analistas daban por válida la especulación de que el país vecino vería una contracción en la actividad económica y que eso impactaría negativamente el crecimiento de México por la vía del comercio exterior.
La recesión no llegó, o no ha llegado aún, y no solo el comercio no se ha detenido, sino que la importancia relativa de México —gracias a los conflictos geopolíticos en cierta medida— ha aumentado.
Aunado al crecimiento de Estados Unidos, México ha visto la llegada de cifras récord de remesas. Si bien éstas no son logro de ninguna administración, sino resultado del fracaso de varias, el flujo continuo de dólares al país ha permitido mantener un dinamismo no esperado en el consumo de las familias mexicanas. En los primeros diez meses del año se han recibido 52 mil 888 millones de dólares. Solo para fines comparativos, hay que considerar que las cifras de inversión extranjera directa al tercer trimestre de 2023 muestran una entrada de 32 mil 926 millones de dólares.
En segundo lugar, la inflación cerrará el año cercana al 4.5%. Si bien ésta ha mostrado algunos repuntes en las últimas quincenas todo parece indicar que el proceso desinflacionario seguirá durante 2024, pero no al ritmo que nos gustaría. No sobra mencionar que el incremento de precios en los alimentos —tanto frescos como procesados— ha estado por arriba de la inflación general durante la mayor parte del año y es en alimentos donde las familias de menores ingresos destinan la mayor parte de su gasto.
En tercero, este año se presentó el último presupuesto correspondiente a la actual administración donde se evidencia con mucha claridad el interés electoral. Se incrementará el gasto, en términos reales, más de 4% estimando erogar más de 9.07 billones de pesos. Pero lo que verdaderamente preocupa es la irresponsabilidad planteada en el déficit que alcanzará 5.4% del PIB, con un déficit primario de 1.2%. Las cifras son escandalosas, pero lo son más cuando consideramos que no hay considerados proyectos de inversión o infraestructura relevantes. El déficit se irá a pagar el gasto corriente.
Si bien los datos contrastan en estos temas, de la erosión democrática no hay duda. Las fuerzas armadas hoy controlan actividades que deberían de estar bajo mandos civiles. El crimen organizado tiene tomado un territorio no menor del país. Los órganos autónomos apenas funcionan, si acaso, y el desastre en el Poder Judicial no se hará esperar.
Cierra 2023 y le abre la puerta un año que, por decir lo menos, estará lleno de complejidades y obstáculos. Y habrá elecciones, también.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
26-12-2023