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El precio de gobernar sin olas

La publicidad de una tarjeta de crédito nos dice que hay cosas que no tienen precio. Los anuncios de MasterCard tienen mucha razón en cuanto a los sentimientos de las personas, pero su hipótesis no se cumple para la vida de las naciones. ¿Cuánto vale la paz social? ¿Qué presupuesto alcanza para garantizar la estabilidad política?

En Bolivia, por ejemplo, la anestesia contra revueltas populares cuesta 38 dólares por habitante al año. En Nigeria, la factura es equivalente a 41 dólares per cápita. En México, por el mismo servicio pagamos el equivalente a 120 dólares por cada compatriota. Esa es la factura que estos países han pagado en años recientes para sufragar los subsidios a la gasolina.

A fines de 2010, el presidente boliviano Evo Morales decidió dejar de disfrazar los precios del combustible con el dinero de su magro erario. La medida implicó un aumentó del 73% en las bombas de gasolina. En respuesta, Evo recibió una sobredosis de un propio chocolate. Huelgas, protestas masivas y bloqueos carreteros obligaron ha echar reversa al incremento de precios. A principios de 2012, en Nigeria, el gobierno intentó la misma estrategia de política pública, pero con resultados mixtos. La gente ventiló su disgusto con disturbios y manifestaciones callejeras. Sin embargo, al final del episodio el subsidio a la gasolina se logró reducir en un 30%, con un ahorro anual cercano a los 2 mil millones de dólares.

En Irán, en el año 2010, se llevó a cabo la reducción de subsidios a la energía más drástica y efectiva de los últimos años. Hasta ese año Irán ocupaba el oneroso privilegio de ser el país del planeta que más recursos otorgaba por subsidios a la energía. Sólo en subsidios a la gasolina, la factura anual era cercana a los 560 dólares por habitantes. Con un gasolinazo en serio, los precios pasaron de 38 centavos el galón de combustible a 1.44 dólares. Un aumento del 380% de un día para otro. La sagacidad política impidió que la reforma económica derivara en una convulsión social. Los ahorros por el fin del subsidio se utilizaron 50% para transferencias directas a hogares, 30% para subsidiar costos industriales e infraestructura de transporte y 20% para fortalecer las finanzas del gobierno. La demencial política internacional del régimen iraní opacó en la prensa internacional este impresionante proceso de reforma económica.

En México, el gobierno federal ha optado por la estrategia de medias tintas. Por razones político-electorales no quiere cancelar de forma súbita los subsidios a la gasolina, pero tímidamente ajusta cada mes el precio de los carburantes. Hasta marzo, en Estados Unidos, el precio de la bencina había subido 13.8% en el año y en nuestro país sólo 1.8%. A este paso México gastará más en subsidiar las gasolinas en 2012 que en 2011.

El año pasado, el gasto de subsidios en gasolinas fue equivalente al total de las cuotas estimadas que pagan empleados y patrones al IMSS. ¿Cómo se habría impulsado el mercado interno, si esos recursos se hubieran quedado en manos de las familias trabajadoras? ¿Cuántos empleos se habrían creado si esos fondos hubieran permanecido en las tesorerías de las empresas? ¿Cuánto se aceleraría el crecimiento y la recaudación fiscal con ese incentivo a la economía formal? Jamás lo sabremos, ese dinero se hizo humo de escape y se mezcló con el aire.

A fines de marzo, cinco Organizaciones de la sociedad civil (CIDAC, Gesoc, México Evalúa, IMCO y Transparencia Mexicana) solicitaron a la Auditoría Superior de la Federación realizar una evaluación de impacto sobre los subsidios a la energía. El trabajo de la ASF seguro arrojará datos importantes sobre los altos costos de oportunidad de disimular los costos reales de los combustibles fósiles. El precio de la gasolina barata y una gobernabilidad sin olas es el mismo: una economía subdesarrollada y poco competitiva.