Ayer el Inegi publicó la inflación con la que cerró 2022. Los precios subieron, en su comparación diciembre-diciembre, 7.82%, ligeramente por arriba del 7.80% que tuvieron en noviembre. Por un lado, el aumento fue menor al que se esperaba. Eso es una buena noticia dado que las expectativas normalmente se van ajustando con los datos observados más recientes y eso puede ser señal de un mejor ritmo en la disminución de la inflación, pero, por otro, es el mayor aumento en los últimos 20 años. El deterioro en el poder adquisitivo de la población, en particular de la de menores ingresos, fue notorio.
Dentro de los rubros que componen el Índice Nacional de Precios al Consumidor llama la atención el de alimentos, bebidas y tabaco —que incluye alimentos procesados— que tuvo un incremento al cierre de año de 14.14%. Las frutas y verduras subieron de precio 7.22% en su comparación anual, y los bienes pecuarios —carne, leche, huevos— un aumento de 11.50%. Quizás sea por esto que la gente percibe una inflación mayor al 7.82% reportado por el Inegi. El incremento en el precio de los alimentos ha estado por arriba de la inflación general desde enero de 2020, con una breve pausa durante marzo, abril y mayo de 2021, llegando a estar hasta cinco puntos arriba a finales de 2022. Este aumento en el precio de los alimentos es lo que hizo que la inflación fuera particularmente regresiva durante el año que acaba de terminar.
La inflación subyacente, que responde más a condiciones propias de la oferta y la demanda, cerró el año en 8.35%. A pesar de ceder ligeramente, se encuentra aún muy arriba de lo deseable y es la que Banco de México estará observando con detenimiento para las próximas decisiones de política monetaria.
La no subyacente, que contiene bienes cuyos precios tienen un comportamiento estacional o son determinados por el gobierno, terminó diciembre en 6.27%. Contribuyó a esto una ligera disminución mensual en el precio de los energéticos, incluso hubo semanas en las que no fue necesario aplicar el subsidio al IEPS. A finales del año, el precio del petróleo bajó respondiendo a las expectativas de una menor demanda por una desaceleración en el crecimiento de los Estados Unidos.
Mucho se ha especulado qué tanto de esa inflación es importada y cuánto responde a factores internos y creo que, más allá de saber la respuesta puntual a esa pregunta —que no podemos contestar— sería relevante entender qué condiciones de nuestro país, pueden estar incidiendo en presionar los precios al alza. La falta de mayor competencia, el exceso de trámites para el establecimiento de cualquier negocio, la competencia desleal desde la informalidad, los costos adicionales en los que incurren las empresas para cubrir funciones de seguridad que no brinda el Estado, la regulación que procura procesos ineficientes, entre otros, sin duda inciden en que los precios sean más altos de lo que podrían ser si el Estado cumpliera las funciones que le competen.
Empieza un año con expectativas de crecimiento más bajas que el anterior, con inflación en descenso, pero todavía muy por arriba del rango objetivo, con tasas de interés más altas en México y en el mundo, y lo más perjudicial para el país, con una alta probabilidad de que se concrete una recesión en Estados Unidos. Ojalá que desde lo local no compliquemos aún más el panorama con malas decisiones económicas.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
10-1-2022