
En México subsisten importantes brechas históricas entre entidades federativas que, en ocasiones, hacen sentir que dentro del territorio nacional subsisten varios países, cada uno con sus características, retos y realidades. Pensemos, solo por dar un ejemplo, en las diferencias que implica vivir en un estado en el que la esperanza de vida es 77.7 años y otro en el que es de 73 años -la cifra más alta y más baja respectivamente-.
Lo desalentador de esta realidad, que se observa también en los indicadores de escolaridad y pobreza, es que parece un fenómeno al que poco a poco nos hemos acostumbrado colectivamente: pareciera que hay un destino irrenunciable que condena a los estados del sur del país al rezago en el desarrollo económico.
Uno de los instrumentos que permite observar este fenómeno es el Índice de Competitividad Estatal (ICE), un esfuerzo que muestra a través de varios indicadores la capacidad de los estados para atraer, generar y retener talento e inversión. En las cinco últimas ediciones del ICE se observa una constante: Guerrero, Oaxaca y Chiapas se han mantenido en los últimos tres lugares del ranking. En la edición 2025, la entidad menos competitiva fue Chiapas, que mostró la menor cobertura educativa a nivel secundaria, el menor porcentaje de viviendas con acceso a internet, la menor tasa de camas hospitalarias, además del ingreso más bajo entre trabajadores de tiempo completo.
Por su parte, Oaxaca tiene la cifra más alta en todo el país en informalidad laboral, así como el menor porcentaje de población con educación superior. El mismo patrón se repite en Guerrero. Los datos indican que la población enfrenta un difícil panorama de baja conectividad: el estado se ubica entre las tres entidades con menor porcentaje de hogares con telefonía móvil y acceso a internet, además de presentar una baja cobertura educativa y de acceso a salud.
A pesar de esfuerzos, como la reciente inversión en infraestructura, en estos estados los gobernantes han quedado a deber: ni desde la perspectiva federal ni local se han tomado las medidas suficientes para impulsar entidades competitivas, que atraigan exitosamente la inversión y que garanticen a sus habitantes niveles dignos de vida. México se enfrenta a la permanencia de territorios y poblaciones que han sido olvidadas, que -a pesar de ser también las de mayor riqueza natural y biodiversidad- parecen condenadas a vivir en un segundo plano, en una realidad paralela a la que no ha llegado la promesa de desarrollo.
En este contexto, una de las alternativas que se ha planteado es la de los Polos para el Bienestar. Actualmente, se encuentran en marcha nueve que están relacionados con el Tren Interoceánico que pasa por Veracruz, Chiapas, Oaxaca y Tabasco. La meta de esta iniciativa es integrar para 2026 una plataforma logística multimodal enfocada en industrias clave.
Sin duda, la colaboración entre entidades federativas es una estrategia necesaria para potenciar el desarrollo regional del Sur-Sureste de México. La idea de potenciar los polos económicos, aprovechando las ventajas de cada estado, parece prometedora. Sin embargo, análisis como el ICE muestran realidades que deben ser abordadas en su totalidad para promover el bienestar de la población.
En ese sentido, la política industrial puede dar pistas y trazar acciones en la dirección correcta, pero sin transformar de raíz la forma de gobernar nos veremos enfrentados a lo que parece una condena en México: la desigualdad territorial y el rezago del Sur-Sureste del país.
Publicado en Animal Político
26-06-2025