La semana pasada el Inegi publicó las cifras de oferta y demanda agregadas correspondientes a los primeros tres meses del año. La información es relevante porque más allá del crecimiento del PIB, que ya conocíamos, podemos observar los componentes de la producción. El consumo está conformado por todo el gasto que hacen los hogares en bienes y servicios duraderos y no duraderos. El gasto público comprende todo el gasto corriente del gobierno en todos sus niveles. Las exportaciones nos indican cómo se movieron los bienes producidos en México, pero vendidos al exterior.
La inversión, a la que se le llama “formación bruta de capital fijo” nos ayuda a ver cuántos recursos se están destinando a una mayor producción futura, es decir, cuánto se dirige a fábricas, máquinas o equipo que, eventualmente, permitirán mayor actividad económica. La inversión la podemos desglosar dependiendo quién invierta, si se trata de inversión por parte del sector privado o si es el gobierno quien invierte.
En todos los componentes se observaron disminuciones en términos anuales, es decir, comparando los primeros tres meses de este año frente a los primeros de 2020 (la pandemia tuvo su mayor impacto económico en el segundo trimestre del año pasado). El componente con mayor caída fue precisamente la inversión que cayó 4.9% en su comparación anual. También fue la inversión la que tuvo el mayor rebote comparando el primer trimestre de este año contra los últimos tres meses del año pasado.
La inversión representa la mejor síntesis de las expectativas que se tienen de un país. Más allá de los indicadores de confianza de los consumidores o de los inversionistas, los datos de inversión nos muestran lo que verdaderamente hacen los inversionistas, más allá de lo que digan. Con las cifras presentadas el viernes, vemos que la inversión total, la suma de la privada y la pública, fue 19.4% del PIB. Para poner ese dato en contexto hay que recordar que, para países con niveles de desarrollo similares al nuestro, la inversión deseable ronda 25% del PIB. En la historia económica reciente, en 2015 estuvimos cerca de ese porcentaje al alcanzar una inversión cercana al 23.6% del PIB del momento.
De ese 25%, se sugiere que 5% corresponda a inversión pública y 20% a privada. Pero no debemos pensarlas separadas. La inversión pública, si está bien hecha, genera un efecto multiplicador que atrae más inversión privada. Con los datos más recientes, la inversión pública representó únicamente 2.4% del PIB; la privada, 17%.
El presidente se reúne frecuentemente con los empresarios. Les pide confianza y les pide invertir. Hacen compromisos y se toman fotos. Después se van haciendo anuncios que, en teoría, anticipan las inversiones que se van a dar. Pero se nos olvida que la inversión está en los hechos, no en los dichos. Si el presidente realmente quiere fomentar la inversión tendría que darse cuenta de que el mejor detonador de la inversión privada es la inversión pública bien planeada y ejecutada. Si hay carreteras, puertos, aeropuertos, ductos de gas, acceso a energía estable y continua, entre tantas otras cosas, la inversión privada llegará.
Una pequeña anotación: el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía son proyectos de gasto, no de inversión.
Las opiniones expresadas en esta columna son personales y no reflejan la postura institucional.