El México que hoy vivimos con sus historias de éxito internacional es inconcebible sin la estrategia liberalizadora iniciada en los 80. Sin embargo, la historia del México postreformas, el México de las tres últimas décadas es simple y llanamente una historia de varios Méxicos, una historia narrada a varios tiempos y vivida en distintas velocidades. Por ejemplo, a partir de la firma del TLCAN en 1994 el PIB per cápita de los estados del norte ha crecido 47% mientras que los del sur lo han hecho en tan sólo 7%, abriendo una gran brecha de bienestar. No sólo esto, hoy en día los estados del norte son 2.6 veces más productivos que los del sur según datos de Banobras y la SHCP.
La iniciativa presidencial de Ley de Zonas Económicas Especiales mandada por el presidente al Congreso en octubre del año pasado, si bien reconoce la importancia del problema de dicha polarización, se queda corta al diagnosticar el problema como uno primordialmente de falta de inversión e infraestructura. La Ley tal como la aprobaron los diputados en diciembre de 2015 busca primordialmente atraer inversión privada a la zona por medio de incentivos fiscales e inversión en infraestructura. Aunque esto es necesario, también es claramente insuficiente para aumentar la productividad de la zona. La experiencia de los últimos 30 años nos demuestra la importancia del capital humano para la competitividad de las regiones. Sólo combatiendo la informalidad y promoviendo el desarrollo del capital humano, la inversión privada puede tener un impacto real y sustentable en el desarrollo de la zona.
Sería importante que los senadores se aboquen primero en definir correctamente el problema y sus causas y sólo después evalúen las acciones y estrategias que se desprenden de la ley. El éxito de la Ley de ZEE es clave no sólo para el futuro de las zonas incluidas sino para aumentar la productividad y competitividad de nuestro país a nivel mundial y posiblemente para resolver de una vez por todas la paradoja del bajo crecimiento mexicano.
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