La política industrial tiene mala fama. Sin embargo, prácticamente todas las economías desarrolladas y algunas a las que queremos emular cuentan con sólidas políticas de ese tipo. Quizás hemos entendido la política industrial como una mano muy visible y poco eficiente que determina cómo, cuándo y dónde debe permitirse la inversión. Esta mano poderosa pertenecería al gobierno y sería éste —con independencia de sus objetivos— quien decidiera los pormenores de los recursos destinados a la inversión productiva sin importar las distorsiones que se pudieran generar.
La política industrial no tiene por qué ser eso. Sí puede ser, entendiendo los matices, una guía que permita e impulse el desarrollo de ciertos sectores económicos, la sostenibilidad ambiental y que module las ventajas y desventajas existentes en las diferentes regiones que comprenden cualquier país. Los objetivos tendrían que ser claros y explícitos y los gobiernos estar atentos a las distorsiones que cualquier incentivo, subsidio o intervención vayan a ocasionar.
En México, la política industrial ha sido sustituida por la política comercial, tal vez incluso sin haberlo deseado así. No debería de sorprender, entonces, que la apertura a los mercados internacionales emprendida desde finales de los 80 no haya satisfecho ciertos ideales de desarrollo que el solo intercambio comercial no podría resolver. Una política industrial bien diseñada puede contribuir —y sin duda lo hace— a mejorar indicadores de calidad de vida y a corregir rezagos estructurales.
A pesar de una importante integración a las cadenas de valor globales, una cifra que evidencia la necesidad de ajustes es el valor que México agrega en las manufacturas que exporta. En 2003, el valor agregado en las manufacturas de exportación fue 40.2%. Casi 20 años después seguimos agregando prácticamente lo mismo: 40.4%. El máximo se alcanzó en 2015 con 44.1%. El valor que agregamos no ha ido a la par de la apertura comercial.
Pero agregar valor —a través de mayor contenido nacional— no se da en el vacío. Sumar a las pequeñas y medianas empresas a la red de suministro de las grandes empresas no puede darse por decreto ni sucederá de la noche a la mañana. México forma parte de un entramado comercial en el que compite por mejores condiciones y mayor capital humano. Es justo ahí donde la política industrial puede ser determinante. La Unión Europea tiene esa guía, Estados Unidos también, Canadá, sin duda. México podría unírseles con una política transparente y estructurada.
Hoy el IMCO presenta un análisis de la política industrial —y comercial— seguida en México en las últimas décadas y otorga recomendaciones que pueden servir de guía para orientar una política eficaz para los próximos años. No sorprenderá ver que sin impulsar la innovación, la construcción de infraestructura o una política fiscal bien diseñada será casi imposible lograr mejores condiciones de vida, pero será importante entender que si no evolucionamos hacia la sostenibilidad ambiental, hacia una población preparada para subirse a la ola del cambio tecnológico y con posibilidades de financiamiento, cualquier política industrial será ineficiente.
Desde luego, el diseño y la implementación de una política industrial integral están cimentados en un estado de derecho funcional e independiente. Hoy ese pilar fundamental se tambalea.
Publicado en El Universal
10-09-2024