Que la educación en México es deficiente, lo sabemos todos. Que la pandemia ocasionaría retrocesos educativos, también. Que México cerró sus escuelas más que la mayoría de los países, lo saben menos. Los resultados de la prueba PISA publicados la semana pasada dan idea de la magnitud del deterioro.
La prueba estandarizada se aplicó en México a 6,288 estudiantes de 15 años en 280 escuelas. En esta ocasión se enfocó en matemáticas por la importancia que tienen en la formación de pensamiento abstracto y su relevancia en lo que llamamos los empleos del futuro —aunque no sepamos con certeza cuáles serán. Además de los cuestionarios propios de la evaluación, los alumnos respondieron varias preguntas para evaluar las actitudes, creencias, experiencia educativa y condiciones socioeconómicas del hogar y así poder hacer cortes más profundos en los resultados.
Los resultados muestran la baja calidad de nuestro sistema educativo. De todo el sistema, considerando tanto la educación pública como la privada.
En matemáticas, los jóvenes mexicanos ocupan la antepenúltima posición de los países miembros de la OECD, seguida por los costarricenses y los colombianos. En promedio, la calificación fue 394 puntos. Para poner ese número en contexto hay que hablar de Japón que obtuvo un promedio de 506 puntos. Si consideramos otros países evaluados, pero no miembros de la OECD, destacan los resultados de los estudiantes de China (Macao) y de Singapur, incluso arriba de los japoneses. México se ubica 50 puntos debajo del promedio de los países miembros. Esto significa que los alumnos mexicanos no pueden hacer operaciones aritméticas simples o convertir a matemáticas situaciones de vida como comprar o vender algo o hacer una conversión de tipo de cambio.
Los alumnos mexicanos del mayor quintil de ingresos —quienes asumimos tienen la posibilidad de tener la mejor educación a su alcance— tienen resultados inferiores a los de los alumnos de menores ingresos de Vietnam, 428 puntos frente a 434.
También se midió la ansiedad que muestran los estudiantes frente a las matemáticas. Los jóvenes mexicanos, de forma parecida a sus pares peruanos, colombianos y costarricences, tienen una ansiedad frente a los números por arriba del promedio y obtienen peores resultados. Los estudiantes a los que menos estrés les generan son los finlandeses con resultados por arriba del promedio.
La prueba PISA mostró —una vez más— que los adolescentes mexicanos en general no comprenden lo que leen. Pueden leer —repetir los fonemas— pero no entienden los textos. En comprensión lectora, México ocupa la penúltima posición de los países miembros de la OECD, seguido solo por Costa Rica.
En ciencia, México obtuvo, de los países del grupo, el último lugar.
Es fácil descalificar la prueba y buscar justificaciones a los malos resultados. “Las condiciones no son comparables”, “para el nivel de PIB per capita del país no salimos mal”, “la pandemia nos afectó a todos”. Las condiciones nunca serán comparables y el PIB per cápita se encuentra en niveles similares a los de 2016. También la pandemia nos afectó a todos, pero no todos cerraron sus escuelas más de 50 semanas dejando a los estudiantes, a los maestros y a las propias escuelas en un limbo.
Es más difícil escuchar los resultados de la prueba y atender el rezago. El planeta gira y no se detendrá a esperar que México tenga educación de calidad.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
12-12-2023