Artículo
Albedrío libre
Hace seis años, me compré mi primera bicicleta de adulto para transportarme en la ciudad de México. Me gustó tanto que muy pronto empecé a rodar por las calles para ir al trabajo y a todos lados. Al inicio fue difícil. De a tiro por viaje los automovilistas me echaban lámina, me insultaban y me tocaban el claxon para que me quitara. Los más civilizados y preocupados bajaban la ventanilla para gritarme golpeándose la frente con los dedos: ¡Súbete a la banqueta! ¡Ya cómprate tu coche, güero!Muchas veces tuve horrendas discusiones con los guardias de estacionamientos de centros comerciales, oficinas, restaurantes y hoteles que nomás no te dejaban entrar si traías bici. ¡Está prohibido entrar con bici, déjela en la calle, joven! ¿Trae mensajería?En aquél entonces, el único espacio reservado para la bicicleta era la inútil ciclopista con empinadísimos puentes que te llevan a ningún lado.