Entre las múltiples lecturas sobre ganadores y perdedores, destacan tres elementos del segundo debate entre los candidatos a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.
En primer lugar, a pesar de la rigidez del formato, con los participantes sentados, una mesa de por medio que restringe la movilidad y el lenguaje corporal, así como tiempos perfectamente equitativos que no fomentan el diálogo ni la confrontación de ideas, el debate de la Ciudad de México enfocado en agua y combate a la corrupción fue un espacio democrático relevante para plantear la visión de ciudad de los candidatos. Ninguno de los punteros lo hizo. Plantear una serie de propuestas aisladas no es lo mismo que una visión de ciudad. Para eso son los debates, para transmitir esas aspiraciones a los ciudadanos.
Segundo, en materia hídrica, más allá de las propuestas –evidentes y urgentes– de aumentar la captación de agua pluvial, incrementar el tratamiento de aguas y modernizar tuberías, resalta el consenso alrededor de la necesidad de devolverle su vocación lacustre a la ciudad. No es el espacio para discutir la viabilidad técnica y económica de cada planteamiento, basta mencionar que poner la recuperación de humedales, ríos y lagos en el Valle de México es en sí mismo algo positivo y no debe salir de la agenda pública.
Ningún candidato habló, sin embargo, de la cuestión regional, es decir, los mecanismos de coordinación y cooperación con las entidades de la megalópolis (especialmente el Estado de México e Hidalgo). Si no se resuelve la gobernanza regional tanto en términos de agua como de planeación urbana, el problema hídrico no se resolverá.
Tercero, la segunda mitad del debate, enfocada en el combate a la corrupción, giró en torno a la corrupción inmobiliaria. Eliminar las posibilidades de extorsión en el desarrollo urbano requiere, en el fondo, reglas claras y predecibles mecanismos transparentes para todos los ciudadanos.
Sin embargo, las propuestas planteadas en el debate se enfocaron en limitar el desarrollo. Esto tiene implicaciones altamente negativas en términos de calidad de vida de los ciudadanos. La Ciudad de México es esencialmente una metrópoli horizontal, existe un potencial subutilizado en términos de densidad, es decir, apostar por la vivienda vertical. El urbanismo horizontal llegó a su límite en el Valle de México, es necesario densificar las zonas centrales de la ciudad, donde –aunque suene contraintuitivo– la oferta de vivienda es restringida y, por ende, costosa.
Reaccionar suspendiendo obras y negando nuevos permisos no solo no erradica el problema de la corrupción, sino que sería una respuesta contraria a las necesidades de la Ciudad de México en términos de movilidad (tiempos de traslado), medio ambiente (emisiones en traslados), agua (pérdida de superficie de bosques), seguridad (mayor actividad en las calles y zonas con usos mixtos dificulta el delito) y economía (atracción y retención de talento).
En este sentido, tanto la cuestión de la vocación lacustre como de la corrupción inmobiliaria reflejan una ausencia importante en el debate chilango: la planeación urbana, un pilar para resolver ambas problemáticas.
Una ciudad más densa facilita la provisión de servicios públicos, desde agua hasta seguridad, y fomentaría la preservación de la naturaleza que rodea a la urbe, específicamente los bosques de agua al sur de la ciudad. Es indispensable densificar la ciudad. El futuro de la cuenca de Anáhuac es vertical.
De cara al tercer debate vale la pena cuestionar, ¿a qué ciudad aspiran los candidatos?
Publicado en Animal Político
25-04-2024