
Crecí en una de las perlas del Pacífico en Mazatlán, Sinaloa. Una región de belleza imponente, mariscos legendarios, paisajes que cortan el aliento y una identidad fuerte que, a pesar de todo, resiste. Pero también crecí en un contexto de violencia. Me tocó vivir la llamada guerra contra el narco durante la administración de Calderón. Soy de esa generación que aprendió, muy joven, a distinguir entre el estruendo de un cohete y el disparo de un arma. Hoy, casi dos décadas después y cuatro administraciones diferentes, la historia se repite. La violencia ha regresado con fuerza, como si Sinaloa estuviera atrapado en un eterno déjà vu.
Cuando hablamos de competitividad pareciera que nos referimos a una palabra lejana, técnica, rebuscada. Pero se trata, en el fondo, de lo que todos queremos: una mejor calidad de vida. El Índice de Competitividad Estatal (ICE) del IMCO evalúa las condiciones que hacen posible que un estado genere crecimiento económico, atraiga inversión y, sobre todo, retenga talento.
En su edición 2025, el ICE coloca a Sinaloa en el lugar 16 de las 32 entidades. En pocas palabras: estamos a la mitad del camino. Tenemos fortalezas claras, como el porcentaje de población con educación superior, la proporción de mujeres activas en la economía y un desempeño relativamente bueno en patentes, es decir, en generación de ideas con valor.
Pero no basta. Uno de los principales lastres de Sinaloa es su débil Estado de derecho. En solo un año, la tasa de homicidios pasó de 16.6 a 26.3 por cada 100 mil habitantes, es decir un incremento de 58%, esta cifra toma los 4 meses de inicio del recrudecimiento de la violencia. Y eso sin contar la cifra negra: en Sinaloa se estima que sólo 5% de los delitos se denuncian. La violencia no es solo una tragedia humana, también es una barrera estructural para el desarrollo.
Tampoco estamos generando más empleos formales, al menos en el último año. La brecha de ingresos entre hombres y mujeres persiste, la cual afecta especialmente a las mujeres sinaloenses. Ser competitivo también implica cerrar esas brechas, reconocerlas y atenderlas.
El llamado Plan México visualiza a Sinaloa como parte de un polo de desarrollo junto a Sonora, pero para lograrlo, los dos estados deben de apostar por las ventajas como nuestro mercado de trabajo y enfrentar con seriedad los pendientes. Tenemos que romper con la inercia y dejar de normalizar los mismos problemas de siempre. La competitividad no es un fin, es un medio para que más personas podamos vivir mejor, en paz y con oportunidades reales.
Yo tuve que dejar Sinaloa porque no encontré la carrera que quería estudiar, ni un trabajo donde pudiera aplicar lo aprendido. Me fui por falta de oportunidades y por la inseguridad. Hoy, hay señales de mejora en términos de educación, pero no son suficientes. Es urgente un cambio para que las nuevas generaciones no tengan que elegir entre irse o arriesgarse. Sinaloa, al igual que otros estados del país, merece ser un lugar para quedarse, crecer y prosperar. Merece salir del eterno ciclo de violencia. Merece futuro, no un déjà vu.
Publicado en Animal Político
10-06-2025