Por: Ana Bertha Gutiérrez, Coordinadora de Comercio Exterior y Mercado Laboral, y Karla Ruiz Argáiz, Supervisora de Contenidos.
5% anual fue la tasa que estimó el primer mandatario que crecerá la economía mexicana en 2022. Y de una vez, 5% para el 2023 y para el 2024. Bajo esa suposición, se aventuró incluso a calcular un promedio de crecimiento del 2% para todo su sexenio. Lo hizo con pleno optimismo, “para que se enojen los especialistas”. Mientras tanto, su propia Secretaría de Hacienda y Crédito Público estimó casi un punto porcentual menos, con 4.1%; instituciones y bancos, no más de 3.3%. Soñar en grande no cuesta nada, pero la inacción sí.
5% fue la tasa que, coincidentemente, estimó el INEGI para el crecimiento del Producto Interno Bruto de México durante todo 2021 -un desempeño que no provocó enojo, pero si decepcionó en términos de las expectativas-. Fue imposible obviar que durante la segunda mitad del año se observaron tasas negativas. Además, han pasado 24 años desde la última vez que se observó una tasa superior al 5% que no fuera producto del rebote tras una crisis.
Se antoja difícil un despegue tan pronunciado cuando, al interior del PIB y en comparación con otros países, las tendencias muestran algo más parecido a un descenso. Vamos por partes.
Hay distintos motores que verdaderamente impulsan la economía de un país. El fomento al consumo, la atracción de inversión, y las exportaciones, son de los principales. En octubre de 2021, el primero de ellos hiló seis meses con tasas de crecimiento mensual menores al 1% (en uno de esos meses incluso decreció). La inversión nacional se contrajo tanto en septiembre como en octubre, con lo que acumuló cuatro caídas en los primeros diez meses del año. Con un desempeño tan pobre en la inversión y el consumo, no sorprende que la economía mexicana se haya estancado.
Cuando se habla de la velocidad y fortaleza de la recuperación, es útil observar lo que está sucediendo en otros países. Con tan solo echar un vistazo al desempeño hoy comparado con el de finales de 2019, es notorio que tanto economías de las que dependemos (EUA) como economías a las que nos parecemos (Chile) muestran hoy una inclinación positiva en sus niveles de producción.
La crisis por covid-19 no fue excusa para estos países, que han visto los frutos de los significativos incentivos fiscales diseñados para ayudar a la población y a las empresas a, precisamente, aumentar su capacidad de consumo y reinvertir los recursos generados para crear un ciclo virtuoso de expansión.
Por mencionar algunos ejemplos, Estados Unidos invirtió 3.5 billones de dólares en programas no dirigidos al sector salud, que incluyeron transferencias y préstamos a pequeñas y medianas empresas. Chile, por su parte, fue el país latinoamericano que destinó la mayor proporción de su PIB para enfrentar la pandemia, y otorgó apoyos de alrededor de 26 mil millones de dólares, con una fracción dedicada específicamente a liquidez de las PyMEs. En México, los programas brillaron por su ausencia.
En este espacio se han documentado y discutido ampliamente las decisiones, tomadas desde el Ejecutivo Federal, que han afectado la competitividad del país, incluso desde antes de la pandemia. No es optimismo lo que falta: son decisiones, son políticas públicas, es el apego a los datos.
Publicado en Animal Político.
03-02-2022