El IMCO define competitividad como la capacidad para forjar, atraer y retener talento e inversión. Competitividad no es lo mismo que competencia: la primera es la que otorga la capacidad para competir, denota el potencial que tiene cada jugador --una empresa, un estado, un país, una región--- para competir. Nos guste o no, nos demos cuenta o no, estamos en continua competencia; compitiendo por entrar a una universidad, a un empleo, por conseguir determinada inversión o por mantener las que ya se tienen.
En el plano teórico, México tendría características que lo situarían como un país con enorme potencial: una población joven, una fuerza laboral aún creciente, una clase media que ha crecido paulatinamente y buscará cada vez acceso a más variedad y calidad de bienes y servicios, una carga fiscal no demasiado pesada en términos comparativos, una ubicación geográfica inmejorable para situarse como un centro logístico, tierra abundante y climas llevaderos, entre otras tantas. No se encuentra, sin embargo, entre los países más competitivos del mundo. Y retrocede lento, pero seguro. Unas características tan positivas se ven opacadas por otras en sentido opuesto: un estado de derecho inoperante, el acceso desigual a energéticos, un sistema educativo deficiente y rezagado, un clima de violencia y de inseguridad, y recientemente, una serie de políticas hostiles hacia la inversión.
El comercio -local e internacional- es uno de los factores que hace a las regiones más competitivas. Permite la especialización y por tanto la generación de ventajas comparativas. Adam Smith calculó, a partir de analizar una fábrica de alfileres, que el proceso es más eficiente cuando hay trabajadores especializados en cada parte del alfiler, que cuando un solo trabajador hace todo el proceso. David Ricardo planteó que si los franceses eran buenos haciendo vinos y los ingleses haciendo telas, cada uno debería especializarse y comerciar, así ambos obtendrían bienes de mejor calidad, a menor costo.
Hoy inicia una nueva etapa para el país en temas comerciales. Empieza el T-MEC. Este nuevo acuerdo es, en gran medida, el mismo que el anterior, el TLCAN, pero tiene adiciones interesantes y actualizaciones pertinentes. Se agregan sectores que no existían en los 90, como los de servicios internacionales y comercio electrónico. En el T-MEC se incluyen, por primera vez en un acuerdo comercial, reglas para evitar la corrupción y normatividad internacional para regular la obtención de contratos del sector público.
Sin duda el nuevo acuerdo también empieza con algunos retos. Las nuevas reglas de origen aplicables al sector automotriz representarán un desafío a las empresas que tendrán que ajustar su operación --tanto en el empleo como en el capital-- si quieren mantenerse competitivas a nivel global. Las reglas dirigidas al mercado laboral representarán un reto en muchos sentidos. Por un lado, se espera una mejora en las condiciones laborales de los trabajadores mexicanos, no únicamente en términos salariales. Pero por otro, se abrió la puerta a que el incumplimiento de la regulación laboral se convierta en un pretexto para la aplicación de medidas proteccionistas por parte de nuestros socios comerciales.
El acuerdo comercial que México ha tenido desde hace 25 años con Estados Unidos y Canadá trajo enormes beneficios, muchos de ellos difíciles de visualizar como la disminución generalizada en los precios de los bienes de consumo. También ha habido costos. Hay empresas que quiebran, sectores que desaparecen y empleos que desaparecen en algunas áreas. Los costos son más visibles que los beneficios, pero no por eso son mayores. Es difícil tener el contrafactual, el México que hubiera sido sin el acuerdo comercial, la foto del país que seríamos si nos hubiéramos mantenido aislados en un mundo integrado comercialmente. Es difícil también pensar en la falta de transferencia tecnológica que se hubiera padecido. ¿Podría México haber logrado ser líder en la producción de bienes para la industria aeroespacial de no haberse firmado el TLCAN? ¿Podría el Bajío haber crecido tanto en los últimos años?
Ricardo Hausmann, profesor de Harvard, dice en su teoría de la complejidad económica, que las economías logran diversificarse a través del comercio, porque participan en cadenas de valor globales que les permiten adquirir conocimiento para producir bienes cada vez más complejos. En los años 80, México producía petróleo, minería, algunos artefactos industriales y productos agrícolas. Hoy México tiene una planta productiva donde se generan bienes complejos, bienes que cruzan las fronteras varias veces durante su elaboración. Esta transformación de la planta productiva mexicana es atribuible a la apertura comercial del país, que arranca en 1986 con la firma del GATT y continúa a partir de 1994 con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Esa transformación inicia hoy una nueva etapa. Ojalá que México use esta nueva fase para avanzar algunos lugares en la carrera por la competitividad. Todo el país vería los beneficios. Porque seríamos más capaces para forjar, atraer y retener talento e inversión.
Publicado por Animal Político
01-07-2020