En julio se crearon 528 mil empleos en Estados Unidos. El dato fue extraordinario, el doble de lo que se estimaba. La tasa de desempleo se ubicó en 3.5%, la misma de febrero de 2020, justo antes de la pandemia, la más baja en 50 años. Si bien el número total de empleos en la economía norteamericana es menor a lo que se hubiera esperado si hubiera seguido la trayectoria previa a la pandemia, la recuperación laboral ha sido rápida. El reporte publicado el viernes mostró también un incremento en los salarios promedio por hora de 5.2% en términos anuales.
El mercado laboral se muestra sólido y dinámico, pero al mismo tiempo se discute si la economía de los Estados Unidos se encuentra en recesión dados los dos trimestres consecutivos con tasas de crecimiento negativo que se han observado. Mejoran los salarios, pero simultáneamente los indicadores de confianza del consumidor —el sentimiento del consumidor— se encuentran en niveles históricamente bajos. Lo que estamos observando contrasta con lo que sucede habitualmente en recesiones.
En esa etapa de los ciclos económicos, no solo se contrae la producción, sino que también suelen caer el empleo, los salarios, el consumo. Estamos viendo algo distinto. Sí, la producción cayó, pero el empleo aumenta, los salarios crecen y los consumidores gastan. Pero en efecto, el momento actual es particular.
Hoy las empresas quieren contratar, pero tienen enormes dificultades para llenar las plazas, hay dos vacantes por cada persona que está buscando empleo. El mercado laboral sigue reacomodándose y todavía no sabemos la forma que tomará finalmente. El empleo se incrementó prácticamente en todos los sectores, pero todavía hay desequilibrios relevantes para el desempeño económico general. Por ejemplo, por la pandemia hubo un reacomodo importante entre sectores. Más personas optaron por trabajar en centros de distribución de bienes por el auge de las compras en línea. Pero el sector de cuidados —para niños y adultos mayores— tiene aún un déficit importante de trabajadores, lo que dificulta la incorporación de las mujeres al mercado laboral.
Por otro lado, los consumidores quieren gastar y enfrentan restricciones de oferta. Los apoyos fiscales que se dieron, aunado al gasto menor en servicios durante la pandemia, están repercutiendo en un brinco en la demanda. La población quiere comprar coches o aparatos electrónicos cada vez más sofisticados, pero no hay. Quiere viajar lo que no pudo hacer durante dos años, pero la oferta está topada. El incremento en precios es la evidencia más clara de estos desajustes.
Sin embargo, la inversión privada no está aumentando y quizás la incertidumbre sea la culpable. La poca claridad sobre lo que viene en términos sanitarios, los ajustes al mercado laboral con un incremento importante en salarios, la perspectiva de un aumento de conflictos políticos que repercutan en más disrupciones en las cadenas productivas complica las decisiones de inversión.
Un ajuste en todas las áreas de la vida y el trabajo de la gente es lo que podríamos esperar tras una pandemia de más de dos años, pero solo el tiempo nos permitirá apreciarlo así. Hay datos mixtos en la economía norteamericana, pero ojalá que estas olas de pesimismo no impulsen una recesión que podría no darse si esos espíritus animales —como diría Keynes— no se apoderan de las expectativas de los agentes económicos.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
09-08-2022