
Es imposible hablar de economía sin hablar de política. Las dos están más relacionadas de lo que a cada una —si pudieran opinar— les gustaría admitir. Es imposible, también, separar los resultados económicos del contexto en el que se toman las decisiones. Sin embargo, establecer la causalidad entre una decisión y un resultado es mucho más complicado.
Las cifras recientes, sobre todo las de inversión, consumo y PIB, muestran un claro estancamiento de la economía mexicana. La inversión fija bruta —esa que se traduce en fábricas, empleos y eventualmente en producción— creció en febrero únicamente 0.1% frente a enero, pero frente a febrero del año anterior la caída fue 6%. De los 12 últimos meses, siete tuvieron caídas mensuales. La inversión es de alguna manera el mejor indicador de confianza en una economía y no son las caídas repentinas ni los rebotes temporales los que hay que analizar.
¿Son los aranceles los que han detenido la inversión en el país? ¿Es la política comercial del presidente de Estados Unidos la responsable del estancamiento? Los datos de inversión referidos son los más recientes, corresponden a febrero antes del anuncio de aranceles masivos de Trump. Trump ha amenazado con los aranceles desde su campaña, pero el anuncio más relevante se dio el 2 de abril, el llamado Día de la Liberación. Ese día, al imponer su versión de aranceles recíprocos a prácticamente todos los países con los que Estados Unidos tuviera un déficit comercial, permitió que la posición relativa de México mejorara. No la absoluta, desde luego, pero si el comercio es el aprovechamiento de ventajas comparativas fue importante que en esa fecha a México no se le impusieran otros aranceles adicionales.
La incertidumbre que ha inyectado Trump al mundo afecta a todos. Su visión de que Estados Unidos ha sido víctima de los abusos de cualquier economía que le venda más de lo que le compre —esa es la balanza comercial— está causando enormes disrupciones en las cadenas de suministro y en los mercados financieros.
Pero hagamos el ejercicio teórico, aunque sea por un momento, de quitar a Trump de la ecuación. Es decir, si la relación comercial de Estados Unidos con el mundo y con México fuera la que existía hace un año, ¿qué estaría pasando con la inversión? ¿con el crecimiento? El hubiera no existe, será imposible tener el contrafactual, pero dudo que con la reforma planteada al sistema judicial observáramos cifras sustancialmente mejores de inversión.
El sistema que ya tenemos —que incluye las elecciones del domingo— no resuelve uno solo de los problemas que tenía el anterior. No se terminará la corrupción, ni los privilegios, ni la falta de acceso, ni la parcialidad. Las grietas del sistema se institucionalizarán y el país vivirá perpetuamente en campañas para elegir quiénes resolverán los conflictos pequeños y los enormes. Para nadie será sorpresa que se creen mercados alternativos satélites del nuevo sistema. Para nadie será sorpresa tampoco que las primas de riesgo asociadas a hacer negocios en este país aumenten. Para nadie será sorpresa el deterioro.
El capital político de la presidenta podría haberse usado para una reforma que garantizara derechos, fortaleciera la imparcialidad y asegurara el acceso a la justicia. Sin embargo la reforma, como está planteada, no solo es tóxica: es una sentencia en contra de la creación de una mejor sociedad.
Publicado en El Universal
27-05-2025