
Todo año tiene luces y sombras. 2025 tuvo más sombras que luces no solo desde el ámbito económico, sino también desde el ángulo político y el uso del poder casi absoluto que tiene el partido gobernante.
Las cifras económicas, a pesar de no tener el dato definitivo del año, mostrarán un crecimiento magro, por no decir mediocre, cercano a 0.5%. Al referirnos a 2025, la coyuntura por supuesto es relevante.
Al analizar los componentes del PIB, llama la atención el comportamiento del consumo privado que, con datos del tercer trimestre de 2025, representó casi 72% del Producto Interno Bruto. El consumo privado que incluye lo que los hogares gastan en bienes no duraderos –alimentos, ropa, calzado, productos de higiene, medicinas, gasolina–, bienes semiduraderos como aparatos pequeños para el hogar y utensilios domésticos, pero también duraderos como automóviles, muebles, electrodomésticos y además servicios como electricidad, renta de vivienda, transporte, educación y una larga lista de lo que los hogares mexicanos suelen tener en sus canastas de consumo. Entre enero y septiembre –último dato disponible- el consumo no había crecido nada. Tampoco decrecido. Esa es una de las luces. Con los malos datos que hemos visto en otras áreas de la economía que el consumo no haya caído es -en este momento- una nota que hay que destacar.
La razón de esto tendrá que ser estudiada con mayor profundidad, pero el principal determinante del consumo es al final del día el ingreso disponible. No sería sorpresa que el estancamiento en el consumo -como nota positiva- se deba a los incrementos salariales derivados del aumento en el salario mínimo y de los programas de transferencias sociales.
Las exportaciones, que fueron el motor de la economía mexicana durante los primeros seis meses del año, probablemente por la acumulación de inventarios por parte de empresas estadounidenses que quisieron adelantarse a la entrada en vigor de los aranceles, tuvieron una caída el tercer trimestre. A lo largo del año -con los datos que tenemos hasta el momento- han crecido, y serán finalmente la razón del crecimiento del producto, pero ni remotamente serán suficientes para impulsar un crecimiento dinámico de la economía mexicana.
La inversión es el mayor problema. Hay que decirlo con todas sus letras. Sin inversión no habrá manera de construir crecimiento futuro. Sin inversión no habrá manera de rebasar la coyuntura y aprovechar las oportunidades que pueden generarse si la negociación comercial que se avecina resulta ventajosa para México, aunque sea de forma relativa.
La inversión no se da solo en lo que se ve. No son solo las carreteras, los aeropuertos, los puertos, mucho menos las refinerías o los trenes. México necesita infraestructura profunda. Plantas de tratamiento de agua, terminales de almacenamiento, mayor capacidad de transmisión y distribución eléctrica, drenaje, reciclaje de basura, exploración de minerales críticos, entre un largo etcétera. La restricción de recursos públicos destinados a estas inversiones -y dado que la inversión pública se ha vuelto la variable de ajuste para mantener cierto orden en las finanzas públicas- puede de hecho ser una oportunidad de oro. La cooperación entre el sector privado y el público se no solo indispensable, sino urgente. Y es, en este sentido, donde el gobierno tiene que darse cuenta de la premura que hay para la emisión de la regulación pertinente. Hay deseos de invertir, pero no existirá mientras las reglas no sean claras. De la incertidumbre derivada de la reforma al poder judicial se ha hablado mucho. Pero no hay que obviar que la búsqueda de soluciones alternativas para evitar el nuevo sistema implicará costos más altos, significativamente más altos, que acaban traduciéndose en una prima de riesgo mayor.
El entorno internacional tampoco ayuda. A pesar del crecimiento mostrado por Estados Unidos en el trimestre más reciente -4.3% anualizado- empieza a haber señales de enfriamento y el comercio mundial sigue fragmentándose y sus costos aumentando. México, desde luego, no es inmune a este contexto y, de hecho, la alta dependencia de la economía estadounidenses amplifica cualquier vaivén externo. Sin embargo, incluso en ese contexto adverso, el desempeño relativo de México podría no ser desastroso en caso de que hagamos la tarea. No creceremos mucho, pero a veces en economía resistir ya es un dato relevante.
Al hablar de empleo, se hace referencia a la baja tasa de desempleo, pero esa tasa convive con una informalidad persistente y una productividad estancada. Es una gran sombra estructural que no se resuelve con transferencias ni con decretos. Sin mejoras sostenidas en productividad -que por cierto ha caído por años- los aumentos salariales -por necesarios que sean o hayan sido- terminan presionando costos y márgenes, sin generar crecimiento de largo plazo. Si así fuera, sería una receta universal.
Donde sí hay margen para el optimismo es en lo que aún puede hacerse. México sigue teniendo ventajas comparativas claras: cercanía geográfica con Estados Unidos, una base manufacturera integrada, experiencia exportadora y una población relativamente joven. El llamado nearshoring no ha sido el motor transformador que algunos prometieron, pero tampoco es un mito. Las oportunidades existen, aunque requieren condiciones que hoy no están plenamente garantizadas: certidumbre jurídica, reglas claras, infraestructura adecuada y un Estado que facilite, más que estorbe, la inversión.
Cerrar 2025 con más sombras que luces no implica resignarse al estancamiento permanente. Implica reconocer con honestidad dónde estamos parados. La economía mexicana no está aprovechando su potencial. La duda es si podrá recuperarlo. La diferencia entre un crecimiento mediocre y uno sostenido no depende de un solo factor ni de una sola decisión, sino de una suma de políticas que hoy parecen fragmentadas. Recuperar la inversión —pública y privada— es el primer paso, pero no el único. También hace falta fortalecer instituciones, mejorar la calidad del gasto, invertir en capital humano y entender que el crecimiento no es un subproducto automático de la estabilidad, sino su complemento indispensable.
Quizá la luz más clara al cierre de 2025 es que el margen de mejora sigue ahí. No es poco en un entorno tan cargado de incertidumbre. El reto es no confundir resistencia con éxito ni estabilidad con desarrollo. Si algo deja este año es una lección conocida pero frecuentemente ignorada: el crecimiento no se decreta, se construye. Y todavía estamos a tiempo de hacerlo mejor.
Termino estas líneas deseándoles lo mejor para 2026. A ustedes lectores y al país, que vaya que lo necesita.
@ValeriaMoy
Publicado en El País
27-12-2025