El nuevo ciclo escolar está por comenzar. Quizás sea el primer ciclo post pandemia en el que maestros y alumnos regresarán a algo parecido a la normalidad. Sabemos, sin embargo, que las cosas cambiaron. Los alumnos de primaria entrarán a clases con severas deficiencias en los temas que cimentan la educación. Los de secundaria y preparatoria habrán perdido aprendizajes relevantes para poder forjar un camino más sólido en las etapas educativas posteriores. Los problemas socioemocionales derivados del cierre de escuelas que impidió la socialización necesaria para el aprendizaje seguirán ahí.
Después de haber cerrado 53 semanas —el noveno país con el cierre escolar más prolongado, precedido por países como Uganda, Bangladesh y Venezuela y seguido por Irak— México regresó a las aulas con esquemas híbridos y cierres ocasionales sin ninguna estrategia para evaluar la magnitud del rezago educativo que había ocasionado la pandemia. Banco Mundial estimaba entonces que la pérdida de aprendizajes habría sido de 1.8 años, es decir, los estudiantes no solo no aprendieron la currícula habitual, sino que perdieron conocimientos que ya habían adquirido. En ese momento, la Secretaría de Educación Pública optó por delegar a los docentes el diagnóstico de los estudiantes como mejor pudieran. Un plan sin plan.
Un año después, para el regreso a clases de los próximos días, la SEP presentó otro plan que dice mucho, pero que no concreta nada. En el nuevo plan hay muchos pilares, ejes, menciones a “saberes”, proyectos colaborativos y a diversidad, pero hay pocas acciones a implementar. En teoría, el nuevo plan —que no sabemos en qué consiste— se implementará como prueba piloto en 30 escuelas de cada entidad. El ciclo escolar empieza en agosto, pero la prueba piloto empezará en octubre.
En el centro del plan están el desarrollo integral de las personas y el derecho a aprendizajes relevantes. Suena bien, pero ¿eso implica que los niños y jóvenes aprenderán idiomas? ¿programación? ¿matemáticas? ¿resolución de conflictos? ¿método científico? Al hablar de aprendizajes relevantes, ¿se estará considerando que dado el cambio tecnológico y el acceso a las tecnologías de la información la enseñanza tiene que ser distinta a cómo era hace diez o quince años? ¿Qué implica la autonomía curricular del docente de la que se habla en el plan?
México lleva décadas de rezago educativo. Tanto el sistema público como el privado dejan mucho qué desear. No sabemos la magnitud del daño causado por la pandemia y mucho menos tenemos una estrategia para remediarlo. No se ve la educación como eje del cambio y de inclusión, mucho menos como un factor indispensable para el desarrollo y la competitividad.
La prioridad en el discurso educativo se ha colocado en el ámbito electoral y de poder político. No se ha tomado en serio el derecho de las personas a una educación de calidad. Esta administración no solo no ha sido la excepción, sino que ha profundizado el problema al no haber ejecutado ningún plan de contención frente a la pérdida educativa de la pandemia y al haber eliminado programas de atención que ayudaban a los estudiantes y a sus familias. Las decisiones recientes en materia educativa, a cuatro años del sexenio, muestran la relevancia que se le ha dado al tema. Una vez más, a nadie parece importarle.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
23-08-2022