Las ciudades necesitan más que maquillaje. Requieren que sus presupuestos tengan un impacto positivo en la población, y no sólo derrochen sus recursos.
La próxima vez que se encuentre atorado en el tráfico de la Ciudad de México, mire hacia los lados. Fíjese en la orilla de la banqueta o del camellón, o en los muros de contención. Si están pintados de amarillo, imagínese para qué.
¿Para que los conductores sepan por dónde no deben conducir? No. Nadie en su sano juicio va a tratar de cruzar el muro de contención del Viaducto. Tampoco es necesario usar pintura para indicar que no debe circularse sobre las banquetas.
¿Para que los vehículos no se estacionen junto a las áreas pintadas? No. Nadie está pensando en estacionar su auto en el Periférico. Además, si no fuera permitido estacionarse donde está pintado de amarillo, no quedarían muchos lugares para hacerlo en la ciudad.
Toda la pintura amarilla gastada en decorar las calles y avenidas de la Ciudad de México y de otras ciudades del país no tiene ningún beneficio. Son miles de litros de pintura y horas de mano de obra gastados inútilmente. Si fuera de alguna utilidad pintarlas, ¿no harían lo mismo con las banquetas de Nueva York, París o Londres?
Gracias a Google Maps y su aplicación Street View usted puede ver si las banquetas y los camellones en esas urbes están pintados de amarillo o de algún otro color. No es así. En esas ciudades y muchas otras no pintan a diestra y siniestra la orilla de las banquetas. Sólo pintan ciertas partes con un propósito claro: indicar que no se permite estacionarse.
Según la Secretaría de Transporte y Vialidad, en el DF hay 10,200 kilómetros de vialidades. No todas están decoradas de amarillo, pero buena parte sí. Si la tercera parte estuviera decorada, un cálculo conservador resulta en dos millones de metros cuadrados cubiertos con pintura amarilla. A eso hay que sumarle la mano de obra.
El DF no es el único despilfarrador. Otras ciudades grandes y pequeñas también derrochan en maquillaje para las banquetas. Alcaldes panistas, priistas y perredistas le entran, en mayor o menor medida, al derroche de pintura.
¿Por qué malgastar el dinero de los contribuyentes? Quizá porque es lo más rentable para los políticos. Maquillar las ciudades es fácil, rápido y, sobre todo, visible. Pintar las banquetas de amarillo es darnos atole de aceite con el dedo.
El despilfarro en maquillaje muestra que a nuestras autoridades no les interesa llevar a cabo los programas de gasto más rentables para la sociedad. Y como no hay evaluaciones de rentabilidad, nosotros no sabemos qué tan efectivo es cada programa de gasto. ¿A qué conviene meterle 1 millón de pesos más? ¿A más policías, a más subsidios a las microempresas, o a más hospitales?
No es fácil medir la rentabilidad de cada proyecto –como ejemplo está la rentabilidad de la seguridad pública–. Pero hay muchos proyectos que sí pueden evaluarse y las autoridades locales y federales no muestran intención alguna de querer hacerlo. Sin evaluación no hay forma de saber para qué proyectos deberíamos cerrar la llave de los recursos fiscales y para qué otros tendríamos que abrirla.
Con evaluaciones podríamos establecer desde antes del arranque de un programa en qué casos debe continuar y en qué casos tiene que concluir. Sólo si está cumpliendo su objetivo debería continuar operando. Si no, el programa tendrِía que ajustarse.
Los programas gubernamentales de becas son un ejemplo de la falta de evaluación. ¿En cuánto están reduciendo la deserción escolar? Si no lo están haciendo, ¿queremos seguir dando esas becas? Y si están teniendo un gran efecto, ¿no deberíamos pensar en expandir su cobertura?
Los hogares y las empresas operan con evaluaciones. Si usted pagara clases particulares de matemáticas para sus hijos, esperaría ver resultados. Sin mejoras en sus calificaciones, cortaría ese gasto y quizás buscaría otra estrategia. Si una empresa lanza un nuevo producto y resulta que no se vende, lo descontinúa para evitar pérdidas adicionales. Las evaluaciones son la manera de saber si seguimos adelante, si cambiamos el rumbo o si damos marcha atrás.
Sin mediciones de qué tanto nos beneficiamos por peso gastado en cada programa de gobierno nos tenemos que conformar con cuentos: con tal o cual programa “se dará un gran impulso al sector”, “miles de familias serán beneficiadas”, “nos colocaremos a la vanguardia”. Todas son frases huecas. Y la cereza del pastel son los programas que ni siquiera pasan la prueba del sentido común, como el maquillaje de las banquetas.
La próxima vez que vea esta innecesaria decoración amarilla recuerde que probablemente hay otros programas de gasto igual de insensatos. Y que como el presupuesto del gobierno viene de los bolsillos de los contribuyentes, a usted le conviene apoyar a los políticos que ofrezcan evaluar sistemáticamente los programas de gasto y eliminar aquellos que no sean rentables.