No hay ninguna escasez de talento en Oaxaca. Es un estado que perfeccionó la receta del mole negro y que produce artesanías día con día. Su cocina nos remite a los orígenes más profundos de la cultura mexicana, y es considerada patrimonio de la humanidad. Claramente esa no es la carencia. Sin embargo, ese talento y dedicación que caracteriza a las y los oaxaqueños se ha desperdiciado por décadas, debido a condiciones estructurales tan arraigadas en el panorama económico, que a veces parecen imposibles de afrontar.
Los resultados del Índice de Competitividad Estatal (ICE) son evidencia de ello: en 2022 ocupó la penúltima posición. No es la primera vez, y probablemente no será la última, que Oaxaca se coloca dentro de los últimos tres lugares. Lo ha hecho por más de 15 años. El mal desempeño se explica por el potencial subutilizado durante tanto tiempo: a diferencia de otros estados, Oaxaca enfrenta desafíos en casi todos los componentes necesarios para garantizar competitividad.
La informalidad y el marco regulatorio son los mayores desafíos para que el gobierno siente las bases sobre las cuales se pueda crear, atraer y retener talento e inversión. En cuanto a la infraestructura necesaria para facilitar innovación y negocios, hay retos tanto en el acceso a las tecnologías de comunicación como en la inclusión financiera. En el mercado laboral, la desigualdad salarial y los ingresos insuficientes son piedras en el camino hacia una economía dinámica. Además, la falta de acceso a instituciones de salud, la percepción elevada de corrupción y el bajo nivel educativo contribuyen a un entorno desfavorable. En suma, una receta desastrosa.
¿Por dónde empezar a atacar esos problemas que por años han constituido el status quo? Sin una intervención adecuada, la competitividad oaxaqueña se quedará siempre dentro de los últimos lugares, con un nivel drásticamente menor al nacional como lo hace ahora, un puntaje casi 30% menor al promedio y una brecha que se abre entre el norte y el sur del país.
Entre tantas trabas, tal vez el dilema de Oaxaca se puede resumir con tres palabras: falta de interconexión. Por un lado, los lazos digitales, caracterizados por un bajo acceso a internet (solo 29% de las viviendas) y a telefonía móvil (72%) -en ambos casos, el segundo más bajo del país-. Por el otro, la infraestructura física que une a las comunidades. De los poco más de 30 mil km de carreteras, el 70% está compuesto por caminos rurales de terracería; a nivel nacional, la proporción es de 8%. Crear industrias, desarrollar capital humano o intercambiar bienes se vuelve una odisea para sus 570 municipios.
Con retos que van de la educación a la corrupción, no solo no sorprende, sino que es lógico que Oaxaca haya crecido a un ritmo escaso de 1.4% anual en los últimos 40 años. Más allá del impacto sobre el crecimiento de la economía, esto afecta a los recursos de las familias, a las posibilidades de movilidad social de la población y, a fin de cuentas, su calidad de vida.
Lo que queda claro con los resultados del ICE es que las dificultades económicas de Oaxaca no se deben a una falta de talento. Aunque es un panorama desafiante, hay una ruta muy clara a seguir, con pendientes que quienes buscan gobernar el estado y legislar a su favor deben atender. En estas elecciones, los candidatos tendrían que tomar en cuenta esta ruta a la hora de hacer un plan de acción. La clave estará en implementar estrategias y políticas con mira en el largo plazo, que garanticen continuidad entre administraciones, y en aceptar que, para muchas de ellas, los resultados no serán inmediatos.
Consulta el Índice de Competitividad Estatal 2022 aquí.
Publicado en Animal Político.
26-05-2022