Finalmente entró en vigor el nuevo tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, el T-MEC, USMCA o CUSMA, como se conoce en cada uno de los tres países que lo integran. No hubo grandes festejos, no era necesario. El nuevo acuerdo se había firmado en noviembre de 2018 por el entonces presidente de México, Enrique Peña Nieto, el de Estados Unidos, Donald Trump, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, después de 13 intensos meses de negociación.
En gran medida, lo establecido en el T-MEC continúa como estaba en el TLCAN, pero hay algunas modificaciones importantes. Más allá de si es un mejor acuerdo o uno peor —porque todo dependería de las prioridades que cada uno le asignara a cada tema— es importante reconocer los pros y los contras. Por un lado, se moderniza el acuerdo agregando áreas que no existían en los años 90 y se avanza en la aplicación de los paneles de controversias. Por otro, es más restrictivo en reglas de origen y tiene el potencial de complicarse en materia laboral. Además, no debemos olvidar que este nuevo acuerdo tiene una cláusula de caducidad que obligará a revisarlo cada cinco años.
No tengo dudas sobre los beneficios del comercio, pero no creo que sea la panacea para resolver los problemas estructurales del país. He escuchado voces que argumentan que el comercio ha sido el responsable del incremento de la desigualdad regional o que no tuvo beneficios para todo el país, usando como evidencia el rezago del sur. Me parecen argumentos equivocados y temo que serán usados, una vez más, en caso de que la inversión no se reactive en los próximos meses, como parece que será el caso.
Es posible que el mayor atractivo del TLCAN radicara en la certidumbre. La certeza de que las reglas del juego eran claras y no estaban sujetas a los caprichos de los gobernantes en turno —de cualquier nivel y de cualquier país— es el mejor incentivo para la inversión de largo plazo. Es por eso que ciertos sectores, ubicados estratégicamente en algunas regiones del país, pudieron desarrollarse a lo largo de los años; por ello las industrias crecieron y ciertas ciudades lograron transformarse en hubs de desarrollo tecnológico y de innovación.
A pesar de esa certidumbre ligada al TLCAN-T-MEC, las perspectivas de crecimiento económico del país y las decisiones hostiles a la inversión han ocasionado que esta disminuya en cinco de los últimos seis trimestres. La pandemia acentuó lo que llevaba meses gestándose, una caída en la inversión pocas veces vista. La inversión privada disminuyó 9.8% en el primer trimestre del año y la pública cayó 7.3%. Por primera vez en 17 años, la inversión representó menos del 20% del PIB, en un país cuyo nivel de desarrollo bien ameritaría que estuviera más cerca del 25%. El segundo trimestre presentará caídas aún mayores. El país no está construyendo su futuro.
La entrada en vigor del T-MEC le regresa a México algo de la certeza que se tambaleó en el momento que se puso en duda la permanencia del TLCAN, pero no demos a este acuerdo poderes que no tiene. Por sí solo, no hay acuerdo comercial que detone la inversión si a nivel local se toman decisiones que la expulsan. Si la inversión no se recupera, no culpemos al TMEC.
Publicado por Milenio
14-07-2020