Artículo

El año 201

La diferencia entre la inteligencia y la sabiduría radica en la administración del tiempo. Una persona inteligente puede desmenuzar un problema y expresar con claridad los asuntos que deambulan por su cabeza. Sin embargo, los sabios tienen una cualidad distinta: su distancia del tiempo presente. Un tipo inteligente puede leer los encabezados del periódico de hoy y hacer un análisis brillante. El sabio mira los titulares matutinos sin la prisa del instante. Su reflexión hilvana una dilatada secuencia de causas y consecuencias. La serenidad de su análisis funciona como un dique, que contiene los desbordamientos emocionales provocados por los excesos de optimismo o pesimismo.

Tengo el privilegio de tener un amigo sabio. Se llama Dan Lund. Dan no se ganó su mexicanidad por la vía del nacimiento, sino por caminos más emotivos y laboriosos. Gringo de origen, Dan se enamoró de una mujer mexicana. Aquí formó su familia y fincó su empresa. No comparto algunas de sus posiciones políticas, pero cuando la realidad del país conspira contra el buen ánimo, una charla con Dan resulta un bálsamo terapéutico. Más que los cambios políticos, Dan concentra su atención en las transformaciones sociales y las trayectorias demográficas. No le preocupan tanto los avatares del 2012, sino las tendencias hacia el 2050. Aun en los días más aciagos, este mexicano por adopción tiene argumentos e historias para nutrir la esperanza en el mediano y largo plazos. En una conversación que recuerdo con frecuencia, me dijo: “Ponte en los zapatos de un afroamericano en 1949, en Estados Unidos. Eres víctima del racismo y la marginación. La mayoría de los adultos de tu familia no tiene derecho al voto. En un restaurante o un autobús te tienes que sentar en una zona apartada para personas de color. Ahora dile a ese hombre negro que, en 60 años, un afroamericano será presidente de Estados Unidos. Te diría, con razón, que estás loco. En el lapso de una vida, un país tiene muchas oportunidades de cambiar el rumbo de la historia”.

Esta feliz moraleja puede servir de corolario de otros individuos y naciones. Después de la brutalidad de la guerra civil española, la violencia dejó una nación dividida por la memoria de la sangre. Las disputas ideológicas que antes invocaron los fusiles hoy se resuelven por la vía de las urnas y los votos. Hace 40 años, España era una dictadura aislada de occidente. Hoy es una democracia y forma parte de la Unión Europea.

En 1848, el trabajador de ferrocarril Phineas Gage sufrió un accidente espantoso. Una explosión lanzó como jabalina una barra de hierro que perforó la parte delantera de su cráneo con trayectoria de entrada y salida. Gage llegó al médico por su propio pie, pero con una pieza de metal que atravesaba su cabeza. En principio parecía que el accidente no había provocado ningún efecto sobre sus funciones cerebrales. La memoria funcionaba bien al igual que sus capacidades psicomotoras. Sin embargo algo en su mente cambió para siempre. A partir del caso de Gage, los neurólogos descubrieron que el lóbulo frontal del cerebro cumple la función de planear y mirar hacia adelante. El accidente le robó a Gage la noción del futuro. Un paciente afectado en esa región del cerebro puede recordar una canción de su infancia, pero no te puede decir sus planes para el día de mañana o el año entrante.

A veces parece que México tiene una seria debilidad en el lóbulo frontal del cerebro nacional. Ya lo decía Octavio Paz, somos muy buenos para mirar y celebrar el pasado, pero poco creativos para imaginar el futuro. Estados Unidos pudo dejar atrás la vergüenza de la segregación racial, gracias a la fuerza de imaginar una sociedad multicultural que pudiera convivir en relativa tranquilidad. España logró dejar atrás los demonios de la guerra y el subdesarrollo porque logró imaginarse como miembro de la comunidad Europea. Esta semana México celebró su pasado como jamás lo había hecho. El año 201 de nuestra historia es un buen momento para empezar a concebir una visión del porvenir.