La lectura de inflación de noviembre rebasó por mucho lo que se esperaba. Los precios durante noviembre subieron 7.37% en su comparación anual. El incremento mensual fue 1.14%, más del doble del consenso de los analistas. La inflación subyacente tuvo un incremento mensual de 0.37% y uno de 5.67% anual, mientras que el componente no subyacente, subió 3.45% en su comparación mensual y 12.61% en la anual.
Más allá de que sepamos con precisión su definición, la inflación la entendemos todos. Al comprar el supermercado, al pagar el recibo de luz y al llenar el tanque de gas, no solo la entendemos, la vivimos. Afortunadamente no son las inflaciones que vivió el país en los 80, pero hay que reconocer que la inflación de noviembre es la más alta desde hace 21 años. Para toda una generación este es el cambio en precios más grande que han vivido.
Banco de México tiene como objetivo mantener el poder adquisitivo del peso mexicano y la principal herramienta que tiene es la tasa de interés. El jueves 16 tendrá lugar la última reunión de política monetaria del año en la que la Junta de Gobierno decidirá, probablemente, un incremento de al menos 25 puntos base en la tasa de interés de referencia para llegar a 5.25%.
Habrá seguramente una votación dividida. Se entiende que el incremento en los precios ha sido impulsado por factores externos y de carácter global: la disrupción en las cadenas de suministro, la falta de contenedores suficientes para afrontar la rápida recuperación de algunos países, la escasez relativa de semiconductores, el incremento repentino del precio de los energéticos. Ante esos choques externos, ¿qué tanto impacto puede tener el mover la tasa de interés?
Ante esa pregunta que no es solo retórica solo hay una respuesta igualmente compleja. El banco central —el de México y prácticamente el de cualquier lugar— tiene que anclar las expectativas de inflación si desea, eventualmente, que ésta regrese a su punto objetivo. Las expectativas son esas ideas de inflación —y de tantas cosas— que los agentes económicos (incluidas, desde luego, las personas) traemos en la cabeza. La hipótesis va de la siguiente forma: si suben las expectativas de inflación (si creemos que va a haber más inflación en los meses subsecuentes), las personas solicitarán incrementos salariales y, en consecuencia, las empresas subirán sus precios, lo que nos llevaría a ¡más inflación!
Si, por el contrario, las expectativas están ancladas alrededor de la meta de inflación, esa suerte de espiral no se daría. De ahí el rol tan importante del banco central en su decisión de tasas. Tiene que mandar la señal de que está dispuesto a hacer todo lo que esté a su alcance para contener la inflación.
Recientemente, Jeremy Rudd, investigador en la Reserva Federal, publicó un documento en el que pone en duda la causalidad inherente en esa relación expectativas-salarios-inflación, reabriendo un debate académico sobre cómo se forman las expectativas, sin llegar a ninguna conclusión.
Mientras esperamos que poco a poco se vayan aliviando las presiones sobre la oferta que han presionado al alza la inflación en México y el mundo, Banco de México decidirá si el aumento es de 25 puntos base o más. Una diferencia importante con el resto del mundo es que México no está creciendo al ritmo que lo hacen otras economías, por lo que el incremento en la tasa es todavía más relevante.
Es la última Junta de Gobierno del actual gobernador, Alejandro Díaz de León, excelente economista, que deja su encargo a Victoria Rodríguez. ¿Hawkish o dovish? El tiempo dirá.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
14-12-2021