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En noviembre pasado el New York Times tuvo un invitado peculiar dentro de las plumas que colaboran en su página editorial. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, escribió un artículo periodístico sobre uno de los proyectos económicos más importantes de su gobierno: duplicar las exportaciones de Estados Unidos durante los próximos cinco años. Después de la crisis financiera del 2009, nuestro vecino tiene la urgencia de encontrar un nuevo motor de crecimiento económico. Para el 2015, Estados Unidos quiere transformar su rol en la economía global, al dejar de ser el cliente favorito del planeta para convertirse en un vendedor de bienes y servicios en el mercado internacional. Para lograr esto, el gobierno de Obama tiene puesta su mirada en las nuevas clases medias que están floreciendo en varios países de Asia. En este continente se localizan dos de las cinco economías más grandes del planeta.
La meta de Obama no es una utopía. Entre 2003 y 2008, las ventas de Estados Unidos al exterior crecieron en un 80 por ciento. En el futuro cercano, la debilidad estructural del dólar y el aumento del consumo en Asia también facilitarán las cosas. Uno de los factores que más ayudarían a Estados Unidos sería plantear el desafío no como un proyecto nacional, sino como una empresa regional. En el artículo de Obama no aparece la palabra “México”. Sin embargo, nuestro país puede jugar un papel crucial en este empeño por duplicar las exportaciones de Estados Unidos. Las ventajas comparativas de cada país pueden contribuir a potenciar la prosperidad en ambos lados de la frontera. Los altos costos del combustible y el empeño por reducir las emisiones de gases de carbono generan incentivos para tener cadenas de producción donde los distintos eslabones no estén muy lejos uno del otro.
Hace 17 años, cuando entró en vigor el TLCAN, el reto de la economía mexicana era aumentar las exportaciones hacia Estados Unidos. Hoy el reto debería ser integrarnos mejor con la economía del vecino para aumentar nuestras exportaciones al resto del orbe. Desde hace décadas, una de las estrategias mexicanas en el comercio exterior ha sido ampliar los horizontes de nuestras exportaciones más allá del Río Bravo. La proliferación de los tratados de libre comercio ha mejorado las cosas, pero el 80 por ciento de nuestras exportaciones todavía están dirigidas hacia el vecino del norte. Si logramos integrarnos mejor dentro de las cadenas productivas de Estados Unidos, esto podría potenciar nuestro acceso a nuevos mercados.
Otra alternativa para México es aumentar el contenido nacional de nuestras exportaciones. En su libro The World is Flat, el periodista norteamericano Thomas Friedman narró cómo su laptop marca Dell fue armada en una línea de ensamblaje que cruzaba una docena de fronteras nacionales, en tres continentes y distintos husos horarios. El microprocesador se elaboró en una de las fábricas ubicadas en Costa Rica, China, Filipinas o Malasia. La memoria pudo haber venido de Alemania, Corea o Taiwán. El monitor era oriundo de Japón y la tarjeta de red se manufacturó en una fábrica gringa ubicada en China. De todas las partes que componen la computadora de Friedman sólo la batería se elaboró en México.
Mientras podamos fabricar más componentes de un producto será más fácil aprovechar las ventajas que ofrecen nuestros múltiples tratados de libre comercio. Las llamadas “reglas de origen” establecen que si, por ejemplo, se quiere exportar una televisión a la Unión Europea, la mayoría de sus componentes deben ser de origen mexicano.
En los últimos 10 años, China nos comió el mandado en la exportación global de manufacturas. La iniciativa de Obama para duplicar las exportaciones de Estados Unidos es una oportunidad para recuperar parte del terreno perdido. La otra opción es aumentar el contenido nacional de nuestras exportaciones. Las coyunturas propicias, como los vientos favorables, sólo benefician a los países que las saben aprovechar.