
Xi’nich’ es la palabra que define a la hormiga en la lengua ch’ol. Así se llama una organización en la selva lacandona que, desde los años noventa, aglutina a decenas de habitantes de las cañadas vecinas del río Usumacinta en Chiapas. A la fecha, no se me ocurre una imagen mejor que la de las hormigas para definir lo que las organizaciones de la sociedad civil hacen alrededor del mundo.
Desde pequeños, aprendimos de Esopo y La Fontaine –o de cualquier obra literaria o científica que se use ahora en las primarias– que las hormigas son laboriosas y se toman muy en serio su organización, como lo demuestra la evidencia que solo la mirada infantil puede apreciar en una fila de hormiguitas, con cada bichito haciendo lo suyo por el hormiguero.
Lo que conocí en aquel proyecto de la selva fue, a la vez, una labor de organización agraria, de educación para el cuidado de la tierra y de promoción de la salud preventiva mediante medios tradicionales, así como la creación de redes de mujeres que forjaron espacios de reflexión y trabajo común, como huertos que generaban alimentos, diálogo y tiempo de compartir.
Eso sucedió hace veinte años; aunque ya no recuerdo muchas palabras del ch’ol ni del tseltal, atesoro el compromiso de esas personas que nutren al mundo desde su hogar y comunidad. Es una semilla que germina y da frutos.
En condiciones muy diversas llegué hace tres años y medio al Instituto Mexicano para la Competitividad, por una invitación de Valeria Moy que, sobra decir, siempre agradeceré. Lo que acá conocí fue un equipo de jóvenes brillantes y esforzados, meticulosos e intensos, convencidos de que México puede ser mejor para todos y todas.
El IMCO lleva más de veinte años pensando, a la manera de las hormigas, a través de quienes han pasado por sus filas y oficinas, junto con gobiernos, empresas, comunidades y otros centros similares en México y el mundo. ¿Pensando en qué? Pues en todo lo que permita edificar un país más venturoso para más personas.
Con datos -con muchos datos-, el IMCO ayuda a que la sociedad mexicana se vea a sí misma, sea crítica, se organice, exija, cumpliendo así con lo que hace dos décadas Monsiváis escribió en “No sin nosotros”:
En los albores del siglo XXI, sectores diversos de la sociedad mexicana, a los que se creía
inmovilizados en lo básico, prosiguen en la defensa de sus derechos, y lo hacen de manera desesperante y desesperanzada en ocasiones, pero sus éxitos consolidan la fe en la democracia (el concepto todavía es vago, pero la actitud que lo sustenta es el gran ámbito de la participación social), y también, los avatares de la protesta popular, hoy calificada de movilizaciones de la sociedad civil.
Organizaciones que defienden la integridad y la vida de personas vulnerables. Colectivos de madres que, forzadas por la violencia, hacen equipo para buscar a sus hijos desaparecidos. Equipos de voluntarios que acompañan a migrantes en peregrinajes que parecen destinados al infierno. Cuerpos técnicos que atienden escuelas y clínicas a donde el Estado no llega porque no le alcanza el cálculo político. Centros de pensamiento que imaginan un futuro mejor y cómo construirlo entre todos. Esa es la sociedad civil organizada en México.
Después dirá Monsiváis que el concepto de sociedad civil rehabilita masivamente las sensaciones comunitarias y allana el camino para el ‘gobierno’ de la crítica. Y el IMCO sostiene, como si fuera un mantra: “toda crítica con propuesta y toda propuesta con evidencia”.
Así, el IMCO también le ayuda a los líderes políticos, empresariales y sociales a pensar en las responsabilidades que tienen enfrente. Los índices de competitividad estatal y urbana sirven para que los gobiernos locales evalúen su desempeño y observen puntos clave para diseñar políticas públicas más efectivas.
Los estudios de mujeres en la economía del IMCO se orientan a que el mercado laboral sea más incluyente, sí, pero también más eficiente y productivo. Asimismo, los índices de riesgos de corrupción permiten evaluar y atenuar la probabilidad de que las compras públicas incurran en daños sociales por malas prácticas.
Los barómetros de información presupuestal han impulsado un gasto transparente y de cara a la ciudadanía en las entidades federativas. Con las investigaciones sobre el sector energético se han señalado políticas urgentes como la modernización y expansión de las redes eléctricas o la necesidad de incrementar la capacidad de almacenamiento de gas natural.
El IMCO presentó incluso una propuesta de política industrial para el nuevo sexenio antes de que iniciara la nueva administración pública federal y, como lo ha hecho desde hace veinte años promueve, sin ingenuidad, el comercio exterior como uno de los motores del crecimiento económico de México.
Y así podría continuar señalando los esfuerzos de mis colegas presentes y pasados en el IMCO. Cada hormiguita es imprescindible para que el hormiguero sea lo que es: una comunidad de personas que cada día piensan, proponen y comunican cómo construir un mejor país y, en el camino, se instruyen unas a otras, se forman como profesionistas, se acompañan en el aprendizaje que nos ofrece la realidad cotidiana.
Desde luego, me siento orgulloso de contribuir a escribir la historia del IMCO y de formar parte de un equipo honesto y trabajador –y cómo no–. Celebro también nuestro aporte a la sociedad civil organizada, esa que, a través de hechos y palabras –tanto en acuerdos como en desacuerdos– demuestra que la dignidad de cada persona debería estar en el corazón de lo público.
Publicado en El Economista
11-03-2025