Varios acontecimientos de los últimos diez días dan buena muestra de dos fuentes de incertidumbre económica en los tiempos que corren: las tensiones geopolíticas y la carrera tecnológica.
El ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, con más poder que en 2016 y lo que se parece más a un programa de gobierno que en la primera ocasión, rápidamente ha destacado por poner en tensión varias relaciones de ese país con el mundo.
Puntualmente, la relación con Panamá y Dinamarca se tensó por las expresiones de Trump relacionadas con el canal y con Groenlandia, mientras que el fin de semana un connato de bronca con Colombia escaló (y des-escaló) muy pronto, con declaraciones bastante erráticas y conflictivas del presidente Petro, que contrastó con un desempeño mucho más moderado y conciliador de su equipo.
De fondo está lo que el presidente Trump dejó claro en su discurso inaugural: su país va primero. No debería sonarnos rara esa posición que comparte con tantos líderes y jefes de estado, más todavía desde que la de-globalización y el nacionalismo volvieron a ser conceptos relevantes y aspiración en tantos lugares, particularmente de occidente.
Y si el America first está al fondo, el “tariffs is the most beautiful word in the dictionary” está al frente de la nueva política internacional estadounidense. El arancel como herramienta de presión, como alterador de ánimos, como llamada de atención.
Todo indica que los aranceles en la nueva presidencia de Trump servirán principalmente a dos objetivos políticos, además de la protección de la industria nacional: disuadir o deteriorar las relaciones de países importantes para los Estados Unidos con países rivales, en particular con China; y presionar en agendas como la migración y la seguridad. Lo ocurrido el fin de semana con Colombia y el recordatorio de Karoline Leavitt, la vocera del gobierno estadounidense, sobre la amenaza de aranceles a México y Canadá que podría activarse el próximo sábado 1 de febrero, si no cooperan en materia de migración y seguridad fronteriza.
Esas tensiones provocan incertidumbre. Si el sistema de precios se puede ver afectado y eso modifica -reduce- el consumo de los hogares, es lógico que los proyectos del mercado se pausen, se retrasen o se cancelen. En el caso de América del norte, además, unos aranceles duraderos podrían segmentar las cadenas de valor que ha tomado décadas construir entre empresas y gobiernos de los tres países. La producción conjunta en nuestra región tiene sentido en la medida que sea competitiva frente a otras, pero los aranceles simplemente incrementan costos de producción.
Pero esas tensiones, que pueden derivar en una segmentación de mercados y procesos productivos, son todavía más grandes por una carrera tecnológica que sigue acelerándose y Estados Unidos se juega su hegemonía de largo plazo.
La presencia de algunos magnates de la tecnología en la inauguración de Trump se ha leído principalmente desde la influencia política y su relación con las redes sociales y los mercados de la información. Sin embargo, luego de ver el anuncio de la nueva plataforma de inteligencia artificial china, Deepseek, es inevitable pensar en la colisión de gigantes tecnológicos que se avecina.
El dominio tecnológico de los Estados Unidos sigue siendo claro y bastante sólido, pero cada vez, en sectores como la generación de energía renovable, la electromovilidad y ahora la inteligencia artificial, surgen retadores en Asia, sobre todo en China, que sin duda harán sudar a los campeones.
Esos retos, esa carrera tecnológica continuará afectando nuestras vidas por muchos años. Los mercados laborales requerirán otras habilidades, el uso de recursos básicos limitados y el cambio climático presionarán cada vez más nuestra relación con la naturaleza y la migración, forzada o no, crecerá como desafío a sociedades que al menos por hoy se conciben más bien aversas al forastero y demasiado orgullosas de sí mismas.
En un entorno así, es normal que los mercados estén inquietos, que el tipo de cambio se mueva más que de costumbre y que las apuestas de inversión se consideren más riesgosas y necesiten de más tiempo para tomarse. Y si las carreras tecnológicas se unen con las tensiones geopolíticas, el nerviosismo será predeciblemente mayor.
Internacionalistas, historiadores, politólogos y economistas nos explicarán los matices sobre el multilateralismo, la cooperación internacional y el libre comercio durante los últimos ochenta años, lo mismo que el lugar que ocupa el fenómeno Trump en esa historia, pero por lo visto durante los primeros diez días de su presidencia, la modestia sobre lo que sabemos del porvenir y la cautela en las decisiones nos vendría muy bien. En las tolvaneras hay que manejar despacio.
Publicado en El Economista
28-01-2025