Por: Ingrid Chávez, investigadora de Sociedad Incluyente y Max Santana, investigador de anticorrupción.
Desde que Catalina asumió la dirección general en la empresa más importante de bebidas y alimentos en México ha implementado controles anticorrupción en los procesos para ser más transparente. Por otro lado, Graciela, microemprendedora y dueña de una repostería, ha atravesado un viacrucis en lo referente a trámites para obtener los permisos de su negocio.
Las dos historias anteriores tienen algo en común: la relación entre género y corrupción, pero ¿cómo se intersectan? Las mujeres son percibidas como parte de un grupo vulnerable con menor acceso a la justicia en comparación con los hombres y, por tanto, están más expuestas a riesgos de corrupción. En cierto modo esto responde a los efectos diferenciados de la corrupción por razón de género y la posición que ocupan ellas en la empresa.
Enfoquémonos primero en la historia de Catalina. Según un estudio de la Universidad de California, las empresas que cuentan con más mujeres en la alta dirección tienen mayor probabilidad de crear organizaciones con altos niveles de transparencia, así como generar programas y lineamientos claros de prevención de corrupción.
El hallazgo anterior se relaciona con lo que señala el Foro Económico Mundial y otros estudios donde se comenta que las mujeres suelen tener mayor aversión al riesgo y factores como la rendición de cuentas influyen sobre las decisiones que toman.
Al prevenir los costos financieros y reputacionales ocasionados por los actos de corrupción y hacer énfasis en políticas de integridad, las empresas con mujeres directivas abren el espacio para acceder a mercados más competitivos. Sin embargo, hasta 2021 solo cuatro de 157 empresas listadas en las Bolsas de Valores de México están dirigidas por una mujer.
En el caso de Graciela, uno de los mayores retos que enfrentan las emprendedoras durante la apertura de sus negocios es la corrupción en los procesos administrativos. Esto se explica también por las relaciones asimétricas de poder que existen durante las experiencias de corrupción. Tomar en cuenta factores como la etnia, color de piel o sexualidad muestra, por ejemplo, que las experiencias difieren según el perfil sociodemográfico de las mujeres.
Un ejemplo de corrupción coercitiva son los sobornos. Si bien hombres y mujeres se enfrentan a procesos burocráticos tardados y costosos al momento de iniciar un negocio, el costo de oportunidad es más alto para ellas, pues las obliga a dejar de lado otras actividades personales y familiares de las que regularmente se hacen cargo como el cuidado de los hijos y del hogar. Ello las pone en desventaja en comparación con los hombres, por lo que están más propensas a recurrir a sobornos a cambio de agilizar los procesos de apertura o formalización de un negocio.
Actualmente no existen suficientes datos para entender los efectos de la corrupción en los grupos más vulnerables. Para comprender mejor la relación entre género y corrupción se necesita estudiar a fondo el rol de las mujeres en la integridad empresarial. Una forma para lograrlo es promover la transparencia organizacional y ocupacional de la empresa, por ejemplo, informar el porcentaje de mujeres en la plantilla laboral y puestos de liderazgo, o bien proveer información despersonalizada sobre salarios y categorías de diversidad que permitan medir brechas e impactos diferenciados de la corrupción en grupos vulnerables.
Publicado en La-Lista.
23-02-2022