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La inspiración de Olimpo

Dicen que alguna vez, Woody Allen se acercó con Arnold Schwarzenegger y le preguntó: ¿Cuánto tiempo en el gimnasio me tomaría tener unos músculos y un cuerpo como el tuyo? El actor de Terminator miró hacia abajo al cineasta neoyorkino y le dijo: “Con mucho esfuerzo y disciplina, te tomaría como tres generaciones”. Una competencia deportiva es una celebración de las diferencias entre las capacidades de las personas: quién corre más rápido, quién salta más alto, quién controla mejor los músculos de su cuerpo, mientras se lanza en una caída libre a una fosa de clavados. Las olimpiadas son un hermoso congreso de obsesivos compulsivos que dedican horas y años de su vida a perfeccionar su desempeño en lides tan disímbolas como el bádminton y la halterofilia. Toda esa acumulación de esfuerzo y sacrificio tiene el único propósito de tener un boleto a ese instante, donde se disputa la gloria de tres metales.

La emoción de la competencia olímpica se sustenta en las facultades asimétricas de los atletas. Si todos los nadadores fueran Michael Phelps, las carreras de natación no provocarían mayor entusiasmo, salvo a las familias de los participantes. Londres 2012 ha transformado esta fiesta de capacidades asimétricas en un poderoso mensaje civilizatorio, que rompe las barreras que separan a los seres humanos.

Oscar Pistorius, el corredor sudafricano con piernas de fibra de carbono, no ganó una medalla en Londres, pero triunfó en la competencia que le puso la vida contra la adversidad. Este joven atleta decidió salir a ganar, sin importar la cruel repartición de baraja que le dio el destino. Las deportistas de Arabia Saudita, Sarah Attar y Wojdan Shaherkani, fueron las primeras representantes femeninas de su país en una justa olímpica. Sólo para pisar la pista de tartán y el tatami de judo, ellas vencieron varios siglos de discriminación en contra de las mujeres musulmanas. Su presencia en las olimpiadas es una provocadora convocatoria para la emancipación de millones de niñas y jóvenes árabes que han visto sus sueños aplastados por el fardo de la religión. Londres es la primera olimpiada de la historia donde todas las delegaciones incluyen atletas femeninas.

Estos desafíos a la costumbre y la tradición nos permiten soñar con que, algún día en algunas disciplinas, tal vez sería posible ver competencias donde participen por igual mujeres y hombres. La diferencia de récords y tiempos entre atletas masculinos y femeninos aún son importantes, pero si se han roto las barreras de la discapacidad y la discriminación, por qué no desafiar el muro de las diferencias de género.

Londres ha derribado otros convencionalismos. Si hoy por la tarde Guor Marial gana el oro en la prueba de maratón, al subir al podio se escuchará el himno del Comité Olímpico Internacional. Marial nació en Sudán, pero él no quería representar al país donde murieron 28 miembros de su familia durante una cruenta guerra civil. Con un buen abogado y un tiempo competitivo en un maratón en Estados Unidos, Guor Marial ganó su boleto a pesar de no tener los colores de una bandera a los cuales representar. Su presencia en la olimpiada es una afortunada derrota para quienes miran al nacionalismo como un buen referente para estigmatizar a las personas.

Ayer, la Selección Mexicana derribó un viejo prejuicio sobre la calidad de nuestro futbol. Para la generación que nos convertimos en aficionados en la era de “los ratones verdes”, el triunfo que vivimos ayer fue el quiebre de un paradigma a punta de goles. Dieciocho jóvenes futbolistas me transformaron la percepción sobre lo que México puede lograr, en el deporte más popular del planeta.

Estas olimpiadas nos enseñaron que el futuro no es una repetición irremediable del presente. Y esa inspiración es el fundamento de toda esperanza.