
El 4 de marzo pasado, el presidente Trump desató un nuevo vendaval arancelario. Luego lo moderó y más tarde anunció que lo reanudará en abril. Las amenazas persisten, pero hoy resulta más claro que entre las economías de México y Estados Unidos hay una interdependencia, por mucho que sea asimétrica e implique beneficios y riesgos.
Con la entrada en vigor de un arancel de 25% a las exportaciones mexicanas, el presidente de Estados Unidos cumplió la amenaza que había lanzado semanas antes, al declarar una emergencia nacional vinculada a la inmigración ilegal y al tráfico de fentanilo para justificar las medidas punitivas. Era el cumplimiento de una de sus más antiguas y reiteradas promesas de campaña. Con ello terminó el período de gracia para México y Canadá.
Pero el 5 de marzo, la administración estadounidense anunció la exención del sector automotriz y la posibilidad de que algunos productos agrícolas recibieran un alivio o al menos se difiriera la aplicación de los aranceles.
Finalmente, el 6 de marzo se suspendió de forma temporal la medida para México hasta el 2 de abril (aunque los productos que incumplan las reglas de origen del T-MEC seguirán sujetos a los aranceles), tras una llamada entre Trump y la presidenta Sheinbaum, quien se mostró paciente y mesurada, pero también capitalizó el suceso llamando a la unidad nacional y a un mitin dominical. Más tarde, Canadá recibió el mismo trato; sin embargo, el primer ministro Trudeau fue más directo y agresivo en su respuesta.
Dada la asimetría en la relación comercial y la dimensión de las economías, los aranceles pueden interpretarse como una demostración del poder económico de Estados Unidos, que condiciona el acceso al mercado más grande del mundo al cumplimiento de ciertas exigencias. Así lo dijo la Casa Blanca: “el acceso al mercado estadounidense es un privilegio”.
La medida también reafirma la línea dura de Trump contra el orden que Estados Unidos ayudó a erigir tras la Segunda Guerra Mundial y del que se benefició durante décadas. Además, actúa como palanca para reconfigurar la integración regional: del tratado de América del Norte a un acuerdo maleable entre tres países. Es pasar de una alianza comercial y productiva al simple arte de hacer negocios.
En esas estamos.
¿Por qué se posponen los aranceles?
La suspensión temporal de los aranceles se debió a una confluencia de factores económicos, industriales y políticos. Poco tuvieron que ver las estrategias de México y Canadá pues, siendo tan opuestas, desembocaron en el mismo resultado.
En primer lugar, la reacción de los mercados fue contundente. Tras el anuncio, los índices bursátiles en Estados Unidos sufrieron caídas notables y, hacia el 4 de marzo, el S&P 500 ya había perdido las ganancias logradas desde la elección de noviembre. Esta volatilidad avivó el temor de que la escalada arancelaria generara presiones inflacionarias y frenara la inversión, afectando tanto a Estados Unidos como a México. Como dicta el manual: en tiempos de bonanza, las bolsas son el mejor indicador del desempeño del gobierno, cuando van mal, la culpa es de los “globalistas”.
En segundo lugar, importantes sectores industriales y empresariales en Estados Unidos se opusieron a la medida. La industria automotriz, fundamental para las cadenas de suministro entre ambos países, advirtió que un arancel de 25% elevaría significativamente los costos de producción. De hecho, fue tras una llamada de Trump con directivos de General Motors, Ford y Stellantis que se declaró el indulto de estos impuestos.
De igual forma, el sector agroalimentario y minoristas como Walmart advirtieron sobre el impacto negativo en los precios al consumidor, argumentando que la medida actuaría como un “impuesto oculto” sobre bienes esenciales.
Finalmente, la presión política interna fue decisiva: congresistas como Ron Johnson, senador republicano por Wisconsin, se opusieron a los aranceles, y varios líderes de opinión advirtieron que podrían dañar la imagen de Trump, generando rechazo entre votantes y dentro de su propio partido.
Ante tal escenario, la administración optó por posponer la aplicación de los aranceles, presentando la suspensión como una pausa necesaria para evaluar el impacto económico y buscar soluciones negociadas que no comprometan la seguridad nacional. Como dice mi querida madre: no hay borracho que coma lumbre.
Trump puede exhibir algunas “victorias” que sus votantes no revisan o no les interesan, pero la actividad económica no admite tanta indiferencia. Según una encuesta de CBS realizada a fines de febrero, para el 82% de los estadounidenses la economía debe ser prioridad para el presidente, pero solo 30% piensa lo mismo de los aranceles. En cambio, 36% considera que Trump sí prioriza la economía, mientras 68% cree que presta demasiada atención a los aranceles.
¿Qué sigue?
La nueva suspensión temporal de los aranceles prolonga la incertidumbre para inversionistas, empresas y trabajadores, complicando aún más las perspectivas de inversión y crecimiento en un entorno ya difícil. México sufrió un decrecimiento de -0.6% en el cuarto trimestre de 2024, y varios sectores (manufactura y construcción, por ejemplo) siguen débiles, mientras las finanzas públicas tienen poco margen para impulsar el crecimiento.
No sería extraño que este episodio impulse nuevas negociaciones en el marco del T-MEC, más allá de la revisión prevista para 2026. Poco me sorprendería que se planteen ajustes en las reglas de origen regional, sobre todo en el sector automotriz, y que se busquen mecanismos de consulta más efectivos para evitar futuras medidas unilaterales. Dada la interdependencia económica entre México y Estados Unidos, ambas partes deberán optar por el diálogo y la cooperación para salvaguardar la estabilidad comercial. Solo a través de una solución negociada se garantizará la prosperidad de ambas naciones a largo plazo.
Para México, un desafío inmediato es demostrar su compromiso en áreas como la seguridad fronteriza y el combate al narcotráfico, de modo que esta prórroga no se convierta en una medicina de dosis mensual. Al mismo tiempo, la competitividad nacional debe ocupar un lugar protagónico en las prioridades nacionales: hay que incrementar la productividad laboral y mejorar la infraestructura (hídrica, energética, logística, urbana) para poder hacer frente a los nuevos vientos comerciales que soplan por todo el globo y, sobre todo, desde el otro lado de la frontera norte. Hay que darse prisa, porque el tren no espera. ~
Publicado en Letras Libres
11-03-2025