Artículo

México ante las lecciones del Premio Nobel de Economía 2025

En el marco de la entrega del Premio Nobel de Economía a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, nuestra directora general, Valeria Moy, fue invitada a participar en la ceremonia conmemorativa organizada por la Embajada de Suecia. Durante este encuentro, ofreció un discurso en el que reflexionó sobre la relevancia del progreso tecnológico, la innovación y el crecimiento económico para el desarrollo de México. A continuación les dejamos el discurso:

Hoy vamos a conversar sobre el Premio Nobel de Economía 2025, pero sobre todo, de lo que las ideas —más que las personas— premiadas este año podrían significar para nuestro país, de los retos que evidencian y del potencial que representan. 

Comienzo con la historia fundacional del premio porque hay en ella una lección.

Dice la leyenda, y hay que aclarar que es leyenda porque no se ha podido verificar, que en 1888, Alfred Nobel leyó su propio obituario. Al parecer un periódico francés lo dio por muerto y en el obituario lo describía como “el mercader de la muerte”. Nobel, claramente vivo, entendió que así sería como lo vería la historia. Y decidió cambiar su legado. En 1895 dejó su fortuna para premiar, cada año, a quienes realizaran “el mayor beneficio a la humanidad”.

Nobel era un innovador, un inventor por naturaleza. No solo inventó la dinamita —razón por la cual el supuesto diario francés publicó el supuesto obituario— sino que registró 355 patentes sobre las cuales cimentó su fortuna. Ahí nacen los premios, originalmente dirigidos a la Física, la Química, la Medicina, la Literatura y la Paz.

El de Economía llegó mucho después, en 1968, creado por el Banco Central de Suecia, pero con la misma lógica: reconocer ideas que transforman la sociedad.

Este año se premia a tres pensadores excepcionales: Joel MokyrPhilippe Aghion y Peter Howitt, unidos por un concepto central para el desarrollo: la innovación como motor del crecimiento económico sostenido. No del crecimiento inmediato, no del rebote, no del crecimiento cíclico, sino del crecimiento estructural, el de largo plazo, el que permite cambiar la vida de las personas.

Y es aquí donde México podría escuchar con especial atención. 

Joel Mokyr, historiador económico, nos recuerda algo esencial: que la innovación no se da en el vacío ni es un accidente histórico, sino que ocurre cuando una sociedad es capaz de convertir el conocimiento en progreso.

Si no es una mera casualidad, ¿cuáles son entonces las condiciones para que un país pueda generar crecimiento impulsado por la innovación?

La primera: un sistema que produzca conocimiento útil, científico y técnico, que se retroalimente.

En México tenemos ciencia, sin duda y si bien se podría argumentar que el conocimiento es útil en sí mismo, hay que saber traducirlo en aplicaciones productivas. Nuestro gasto en I+D ronda niveles muy bajos y nuestras universidades, aunque fuertes en algunos campos, están desconectadas del aparato productivo. Mokyr nos diría: sin puente entre ciencia y práctica, no hay revolución tecnológica.

La segunda: capital humano, personas capaces de ejecutar, adaptar, ajustar y mejorar tecnologías.

México tiene una paradoja: produce excelentes ingenieros, pero también sufre enormes rezagos en habilidades básicas. Para innovar, no basta el investigador brillante: se necesita una base amplia de trabajadores calificados, técnicos, los inventores natos, los tinkerers, como los llama Mokyr. 

La tercera: una sociedad abierta al cambio, capaz de tolerar la destrucción creativa.
Esto significa aceptar que si queremos crecer, habrá sectores que se transformen, empresas que desaparezcan y nuevas que tomen su lugar. En México sufrimos a veces de la tentación contraria: proteger industrias completas, congelar estructuras productivas, evitar el reacomodo. Sin reacomodo será difícil que haya avance.

La otra mitad del premio —destinada a Philippe Aghion y Peter Howitt— da un paso más. Ellos toman la intuición histórica de Mokyr y los trabajos previos de otro premio Nobel, el de Robert Solow, y la convierten en un modelo económico riguroso.

Su mensaje central es simple pero poderoso: el crecimiento depende de la innovación y la innovación depende del dinamismo económico. Aunque suene a una referencia circular, no lo es. El mensaje implica que tener empresas nuevas, empresas que compiten, que entran y salen de los mercados, no es un síntoma de debilidad sino un signo de vitalidad.

Implica también que cuando se protegen de manera permanente sectores enteros, la innovación se detiene. La competencia no destruye, agrega, más bien genera destrucción creativa -esa idea original de Joseph Schumpeter- y es esa destrucción creativa el mecanismo que impulsa el crecimiento de largo plazo.

En el modelo de Aghion y Howitt:

  • cada innovación crea un nuevo monopolio temporal,
  • desplaza al anterior,
  • y en ese desplazamiento se genera crecimiento agregado.

La conclusión es evidente. Hay que abrirse a la competencia si queremos crecer de manera sostenida. Todo innovador busca inicialmente obtener y mantener un monopolio. En palabras de Peter Thiel —todos quieren ir de cero a uno— es ahí donde está la creación. 

Si queremos crecer más, México necesita un ambiente donde innovar valga la pena. Y eso implica competencia, regulación que promueva entrada, mercados laborales que permitan movilidad y políticas educativas orientadas a habilidades técnicas y de innovación.

Aghion y Howitt también subrayan algo crucial: el Estado sí importa. Pero importa no como protagonista productivo, sino como arquitecto del entorno competitivo: reglas claras, incentivos correctos y apoyo al capital humano.

¿Qué significan estas ideas para México, hoy?

Significan que nuestro país tiene una enorme oportunidad… si decide tomarla.

En 2025, México vive un contexto favorable: integraciones comerciales, relocalización de cadenas de suministro, demanda de manufactura sofisticada, cercanía geográfica y demográfica, y un sector privado que, cuando encuentra incentivos correctos, innova y compite muy bien.

Pero también vivimos un contexto que limita nuestro potencial: baja productividad, informalidad persistente, inversión insuficiente en ciencia y tecnología, rezagos educativos y mercados poco competitivos.

El ingrediente faltante —y el que distingue a las economías que verdaderamente despegan— es el mismo que identifican Mokyr, Aghion y Howitt: la capacidad de generar y absorber innovación. No solamente usar tecnología ya desarrollada, sino generar conocimiento propio, adaptarlo, combinarlo, mejorarlo y difundirlo.

México podría convertirse en un país donde la revolución digital, la manufactura avanzada, la biotecnología, la inteligencia artificial y la economía verde sean motores de crecimiento sostenido.

¿Por qué no?

Tenemos el talento. Tenemos la ubicación. Tenemos socios comerciales. Tenemos industrias enteras listas para transformarse.

Lo que falta es construir el entorno que haga eso posible:

  • vinculación real entre universidades y empresas,
  • formación técnica moderna y de calidad,
  • mercados abiertos a la entrada de nuevos jugadores,
  • menos barreras regulatorias,
  • más competencia,
  • más ciencia,
  • más innovación,
  • y una sociedad dispuesta a aceptar que sin destrucción creativa no hay progreso.

Alfred Nobel no imaginó un premio de economía, pero seguramente habría entendido la importancia de premiar ideas que mejoran la vida de millones.

La innovación —la protagonista del Nobel 2025— es exactamente eso: la fuerza que transforma sociedades, reduce pobreza, mejora bienestar y crea oportunidades.

Las teorías premiadas hoy nos recuerdan que la respuesta no depende del destino, sino de nuestras decisiones. Depende de cómo formamos nuestro capital humano. De qué tan abiertos estamos al cambio. De las reglas que ponemos para competir.
Y, sobre todo, de qué tanto creemos en el poder del conocimiento.

Ese es el futuro que está al alcance de nuestras manos… si elegimos construirlo.

México ante las lecciones del Premio Nobel de Economía 2025

@ValeriaMoy

11-12-2023