En vísperas del nombramiento de la próxima cabeza de Petróleos Mexicanos(Pemex), es necesario hacer una reflexión sobre el panorama de la empresa para los próximos seis años.
A diferencia de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) que tiene una perspectiva financiera y operativa más promisoria, Pemex pareciera enfrentar una tormenta perfecta: el imperativo de acelerar la transición energética, la creciente electrificación de las actividades industriales, la electromovilidad, la antigüedad de sus instalaciones de refinación y petroquímica, las pérdidas en el segmento de aguas abajo, el declive de su plataforma de producción y su frágil situación financiera. La lista sigue.
El rescate o la reforma de Pemex ha sido la gran promesa energética de, por lo menos, los últimos cuatro sexenios. Todos han fracasado. ¿Los motivos?
Entre 2000 y 2006 el primer gobierno de la transición no tuvo la fuerza –o la voluntad– de pagar los costos políticos de implementar los cambios que la empresa requería (profesionalizar la gobernanza, modernizar las relaciones laborales, combatir frontalmente la corrupción dentro de la empresa, promover alianzas con otras empresas, entre otros).
En 2006, el conflicto postelectoral y la polarización política limitó las posibilidades de cambios en el sector petrolero y únicamente se logró aprobar la reforma de 2008 que creó la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH) y la figura de los contratos de servicios para que Pemex se pudiera beneficiar de la experiencia de otras petroleras al tiempo que mantenía el control sobre los activos. Con precios internacionales del crudo en niveles históricamente altos, los cambios dentro de Pemex podían esperar.
Después de la reforma energética de 2013 que abrió los mercados de hidrocarburos y transformó a Pemex en una empresa productiva del Estado, la caída de los precios internacionales en 2014 minó las posibilidades de modernizar la empresa y disparó su deuda a niveles insostenibles.
En 2018 el mandato popular del presidente Andrés Manuel López Obrador le dio la fuerza política necesaria para hacer los cambios que requería Pemex; sin embargo, el nacionalismo petrolero y la idea de la soberanía energética tuvo preeminencia sobre cualquier reforma estructural a la empresa. Las transferencias de recursos de forma incondicional a la petrolera no se vieron reflejados en mejoras operativas.
¿Se puede hacer algo distinto? El gobierno que toma protesta el próximo primero de octubre llegará a Palacio Nacional con la mayor votación en la historia democrática de México. En materia petrolera, desde la campaña electoral, la entonces candidata Claudia Sheinbaum fue clara en su visión nacionalista para el sector petrolero, donde Pemex juega el papel central.
En 1972 Richard Nixon, un presidente férreamente anticomunista, viajó a la China de Mao Zedong y, contra la expectativa de la época, normalizó relaciones con el país comunista. En el mundo anglosajón se utiliza la frase Nixon goes to China para aquellos momentos cuando un político con posiciones claras y creíbles entre sus seguidores toma acciones en apariencia contrarias a sus valores.
De forma contraintuitiva, con su mandato democrático y su nacionalismo petrolero, el próximo gobierno estará en una posición inmejorable para llevar a cabo las reformas que la empresa necesita para adaptarse a un entorno global cambiante, desde fortalecer la gobernanza corporativa independiente, despolitizar su toma de decisiones, modernizar las relaciones laborales de la empresa, hasta implementar el plan de sostenibilidad para reducir sus emisiones contaminantes. En otras palabras, lograr que Pemex pueda transitar a ser una empresa de energía moderna. Nixon goes to China?
Publicado en Animal Político
22-08-2024