La semana pasada, el Inegi publicó la cifra de inflación que alcanzó 7.88% en su comparación anual durante la primera quincena de junio, la tasa más alta para una quincena desde enero de 2001. Para quienes conocieron la inflación de la década de los 80, esta tasa no parece demasiado alarmante, pero es la mayor inflación que ha vivido toda una generación.
Además, el dato de junio sigue mostrando que las mayores alzas de precios se han dado en alimentos. El incremento de precios en los bienes pecuarios ―carne de res, cerdo, pollo, leche, huevo― fue 15.12% y las frutas y verduras se han encarecido 13.29% en las comparativas anuales. Los energéticos mostraron en esta lectura un incremento más moderado, de 5.84% dados los estímulos y subsidios a la gasolina que han mantenido en cierta medida incrementos menos agresivos en su precio a costa de miles de millones de pesos semanales en las finanzas públicas.
El presidente comentó esa misma semana, ante el propio dato y anticipando que el banco central subiría la tasa de interés en un monto histórico (hay que tener cuidado en no mezclar tasas con niveles), que le propondría al presidente de Estados Unidos la realización de un plan antiinflacionario a llevarse a cabo de forma conjunta. Conforme con lo dicho por López Obrador, el plan incluiría tres ejes: el energético ―básicamente subsidios a gasolinas―, el productivo ―supongo que se referiría a incrementar la oferta o la productividad, algo difícil de hacer en el corto plazo―, y mantuvo el misterio sobre en lo que consistiría el tercer punto.
Sin embargo, una vez más hay que distinguir entre el ruido y la realidad. En Estados Unidos la inflación tiene componentes tanto de demanda como de oferta. El presidente Biden ha dicho que combatir la inflación es su prioridad en materia económica, pero sus políticas fiscales no parecen ir en ese sentido. El miércoles pasado propuso que se exentara del impuesto federal (18 centavos de dólar por galón) a la gasolina durante tres meses. Daría un respiro temporal, pero mantendría la cantidad demandada artificialmente alta.
Si la respuesta para aliviar la inflación va por el lado de la oferta sabemos que los efectos no se verán en el corto plazo. Ese alivio que buscamos no llegaría pronto. Sin embargo, empieza a haber algunos indicios de que las cadenas productivas se están reestableciendo y el costo de los contenedores empieza a bajar.
En contraste, la incertidumbre prevalece sobre la duración y el resultado de la guerra de Rusia con Ucrania. La disrupción económica que eso conlleva, a través del precio de los energéticos, los fertilizantes, los granos y algunos minerales raros, está lejos de resolverse. Además, empiezan a darse fuertes presiones salariales en algunos países por la expectativa de una mayor inflación. Y es ahí donde empieza a complicarse el panorama.
Los bancos centrales tendrán mucho qué hacer para poder mantener las expectativas de inflación relativamente ancladas, pero ¿qué tanto podrán incidir si son solo unos pocos quienes dan seguimiento a las decisiones de política monetaria?
Hay mucho qué discutir sobre la inflación, pero en realidad poco se puede hacer para contener un fenómeno global complicado por presiones fiscales e inyecciones históricas de dinero. Habrá que esperar, y sí, será doloroso.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
28-06-2022