La administración del presidente López Obrador ya entró a su segunda mitad y los resultados de la primera no han sido alentadores. No se ha logrado el 6% de crecimiento promedio anual prometido, la pobreza se ha incrementado al igual que la desigualdad, no se ha terminado la corrupción, no se ha alcanzado el 5% de inversión pública como se prometió en campaña. Más allá de la retórica y del ruido de las conferencias mañaneras, hay pocos logros. Quizás el más relevante en materia económica sea el incremento en el salario mínimo, aun considerando que más de la mitad de la población ocupada, es decir, de aquellos que tienen un empleo, lo hacen desde la informalidad y por lo tanto no se ven beneficiados del aumento; para ellos, simplemente las prestaciones no existen.
2020 fue un año espantoso desde varias aristas empezando, desde luego, por la sanitaria. La caída económica, la pérdida de empleos, la falta de apoyos laborales, sumieron al país en una de las peores crisis de la historia reciente. Y es precisamente por la magnitud de lo sucedido en 2020 que nos olvidamos de lo sucedido en 2018 y 2019. El choque del año pasado nubla el recuerdo del estancamiento económico que empezamos a ver desde el último trimestre de 2018.
Aunque la reforma energética propuesta se llevaría el primer lugar en caso de que se concretara, sigo pensando que la cancelación del aeropuerto de Texcoco ha sido la peor decisión económica de esta administración hasta el momento. No solo privó al país de convertirse en un hub de conexión entre regiones y continentes que le hubiera permitido aprovechar por fin la ventaja geográfica, sino que generó un ambiente de desconfianza y de encono que no ha hecho más que crecer con cada decisión que se toma en materia económica.
Durante el último trimestre de 2018 la inversión empezó a caer y lo hizo a lo largo de todo 2019. Ese año en el que a pesar de no existir ninguna crisis internacional a quién culpar, ningún problema en la transición sexenal, ningún freno en el ritmo de crecimiento de nuestro socio comercial, México no creció. Los datos están ahí al alcance de todos.
No solo fue la cancelación del aeropuerto lo que mermó la confianza cortando de tajo las expectativas de crecimiento para el país. No fue tampoco la forma en que se tomó esa decisión. Han sido también la cancelación de la cervecera en Mexicali, el desacuerdo sobre los ductos de gas y su resolución en la que se acabó pagando más que con el acuerdo inicial, la licitación fallida para la construcción de una refinería posteriormente adjudicada a Pemex, los cambios a la operación del sistema eléctrico, la suspensión de cualquier obra dirigida a la generación de energía renovable más lo que se vaya acumulando.
Este año cerrará con un crecimiento que probablemente no llegará a 6%, muy por debajo de la caída de 2020. Seguiremos hablando de rebote más que de recuperación. Pero donde sí observamos una clara recuperación es en la tendencia que existía previo a la llegada del covid. La inversión sigue sin crecer de forma sostenida. La privada ronda 15.4% del PIB y la pública no llega a 2.5%. Regresamos a la tendencia de los dos años previos a que el coronavirus hiciera de las suyas, a una tendencia que es incluso peor que la que se tenía antes, ese crecimiento de 2% o 2.5% que considerábamos mediocre.
Estamos regresando a la tendencia de crecimiento iniciada a finales de 2018 y eso no es buena noticia.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
07-12-2021