Privilegio de impunidad
La impunidad es un desigual intercambio de cachetadas, donde la República pone las mejillas y un privilegiado aporta los manotazos. En su libro Por eso estamos como estamos, Carlos Elizondo presenta una elocuente definición de la palabra privilegio: una ley privada. Una norma de aplicación personal que otorga a su beneficiario ventajas exclusivas y lo exime de obligaciones generales. El corrido más famoso de nuestro vasto repertorio musical es el himno de una nación de impunidad y privilegios: “Yo hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”. Como observa Guillermo Sheridan, El Rey, de José Alfredo Jiménez, es un sonoro desafío a la legalidad. En el disco duro de nuestra idiosincrasia, todos los mexicanos nos sabemos de memoria la letra de esta canción.Un privilegio es un atentado al principio republicano de que todas las personas somos iguales ante la ley. Por ejemplo, la norma o contrato que nos obliga, en teoría, a pagar la luz que consumimos. Alguna vez escuché a un fulano explicar sus métodos para disminuir los montos de su recibo de electricidad. Primero bajaba el switch y despegaba de la pared la bóveda de cristal que contiene el medidor de energía. Luego introducía el contador de consumo en una cubeta llena de agua con sal y dejaba el aparato sumergido por varias horas. La operación de fraude terminaba con un proceso de secado al sol y la reinstalación del aparato en su lugar original. El óxido generado por el agua salada hacía que el disco del medidor desacelerara sus giros y redujera los montos marcados en el recibo de luz.
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