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Substancia de la percepción

En octubre de 2009, un helicóptero de la policía de Río de Janeiro fue derribado por una banda de narcotraficantes, en medio de un violento combate con la fuerza pública estatal. Doce personas murieron en aquella jornada carioca de plomo y sangre. Apenas dos semanas antes, el Comité Olímpico Internacional había anunciado que, en el año 2016, la sede de esa batalla campal también sería la anfitriona de la justa deportiva más importante del planeta. “Río de Janeiro es un lugar bíblico”, me dijo un taxista que me explicaba las contradicciones de la urbe brasileña, “en una misma ciudad tenemos el edén, el purgatorio y el infierno”.

Una vez que se enterraron a los cadáveres y se apagaron las cenizas del helicóptero, la prensa internacional volvió a concentrar sus reportajes en los aspectos de Brasil que son muy parecidos al paraíso. La mirada positiva de los corresponsales extranjeros no se fundamenta en una afición por el bossa nova, una debilidad por los bikinis o un gusto por la alegre belleza de su futbol. La percepción del éxito brasileño está basada en cifras económicas, decisiones correctas y liderazgo político.

La novedad es la materia prima de la noticia. Los periodistas se dedican a cazar historias que cuentan cambios y transformaciones. En Brasil ocurren dos narrativas paralelas: los narcos derriban helicópteros y los inversionistas extranjeros inundan Petrobras con miles de millones de dólares. Los corresponsales internacionales tienen un menú variado de noticias entre la violencia del narco, el despegue económico y los éxitos políticos de Lula y Dilma.

En una investigación para el Woodrow Wilson Center, Roberto Newell encontró que el 84% de los artículos publicados en el New York Times sobre México, en el 2010, estaban centrados en temas de crimen organizado, migración ilegal y corrupción. Apenas un 7% de las noticias estaban basadas en temas económicos. El texto de Newell, que será publicado a fines de mayo, sostiene que para muchas autoridades de Estados Unidos, México dejó de ser un prospecto de negocios para convertirse en un problema de seguridad nacional. Esa percepción tiene un impacto negativo sobre el desarrollo de México.

Somos el país de los 40 mil muertos. Tenemos demasiadas historias con una cantidad inconmensurable de dolor humano, pero también tenemos millones de narrativas basadas en una admirable capacidad de trabajo. Vivimos tiempos de miedo e incertidumbre, pero ese temor ni nos frena ni nos paraliza. ¿Cómo construir una visión equilibrada de México entre el desasosiego y la esperanza?

Por primera vez en muchos meses, la semana pasada leí en la prensa internacional una serie de reportajes positivos sobre lo que ocurre en México. El New York Times, el Wall Street Journal y la revista británica The Economist contaron que el Congreso aprobó la nueva ley de competencia, la autoridad antimonopolios aplicó una multa histórica a Telcel y la Suprema Corte emitió una sentencia que agiliza los juicios sobre interconexión telefónica. Al menos por una semana aprendimos la lección de Brasil: con cambios sustantivos en la economía, podemos balancear la cobertura noticiosa sobre nuestro país. En unos días, México avanzó más en la agenda de competencia económica que en toda la década anterior. Como dicen los colegas de la prensa: eso es nota.

Cambiar la percepción sobre México no se logrará con los ñoños comerciales del gobierno o con la nueva telenovela de la PFP. El hecho de que los diputados hayan saboteado la reforma política y los cambios a la ley laboral, ya no es noticia para nadie. Ningún periódico internacional detendrá sus prensas para informar que la Cámara de Diputados es una enorme congeladora donde se archivan las iniciativas aprobadas en el Senado. Mientras San Lázaro sea el pantano de los cambios estructurales, El Chapo y los zetas serán los estrategas publicitarios de la imagen nacional.