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¿Un futuro para Pemex?

CIUDAD DE MÉXICO, 19AGOSTO2021.- A más de 2 años de el inicio de la distribución de gasolina mediante pipas para evitar el robo de esté hidrocarburo, el Plan DN-III E, continúa llevándose acabo con convoyes de pipas custodiadas por el ejército.
FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM

La explosión de una plataforma en el complejo Ku Maloob Zaap del pasado domingo 22 de agosto obliga a Petróleos Mexicanos (Pemex) y al Gobierno federal a hacer una reflexión sobre el rumbo y la estrategia de la empresa. En el fondo, la tragedia que hasta el momento ha dejado un saldo de cinco trabajadores fallecidos, y que afectó el 25% de la producción petrolera, es un reflejo de la inviabilidad del retorno a un sector concentrado en el antiguo monopolio del Estado. 

Repensar a Pemex implica preguntarse qué futuro le espera a la empresa más grande del país. ¿Mantenerse como una empresa petrolera o convertirse —como sus pares en el resto del mundo— en una empresa de energía moderna sustentable en términos financieros y ambientales?

Sería un error atribuir este incidente enteramente a las decisiones de la actual administración. La reforma energética en materia de hidrocarburos de 2013/14 no logró reformar a fondo la operación de Pemex ni las inercias negativas que la empresa arrastraba en materia de gobernanza corporativa, inversiones ineficientes, alto pasivo laboral, entre otras. 

Distintas administraciones lo han intentado y han fracasado. Sin embargo, quizá ninguna haya tenido la ventaja que tiene el actual gobierno. El presidente López Obrador ha hecho del rescate a Pemex una bandera desde hace décadas y tres de los 30 proyectos y programas prioritarios del sexenio están directamente relacionados con la empresa. Esto le da a la administración una credibilidad y un capital político con el que no contaron sus antecesores para llevar a cabo la reforma que necesita la empresa para ser viable en el largo plazo.

Fortalecer a Pemex pasa por reconocer que la empresa cuenta con recursos escasos que deben destinarse a las áreas que le generan utilidades, específicamente la subsidiaria Pemex Exploración y Producción, retirarse de proyectos no rentables, reducir el pasivo laboral, concebir la competencia económica como una aliada, no como una amenaza y —lo más importante de cara al futuro de la industria— invertir decididamente en la transición energética. 

El Plan de Negocios 2021-2025, documento rector de la estrategia comercial de la empresa, y las reformas a la Ley de Hidrocarburos reafirman la intención de apostar por la concentración monopólica del sector en Pemex sin abordar la transición energética. Un primer paso para la empresa sería seguir el camino andado por petroleras tanto estatales como privadas y desarrollar una estrategia ambiciosa con una ruta crítica de reducción de emisiones e inversiones en tecnologías limpias, por ejemplo, el hidrógeno verde. 

Se ha escrito que Pemex no es un fin en sí mismo, sino que solo es útil en la medida que le sea útil al Estado mexicano. Una empresa anclada en un pasado rentista terminará por ser una mayor carga para el medio ambiente y para las finanzas públicas. La tragedia del 22 de agosto deja patente la urgencia de replantear el rumbo de Pemex y de reflexionar sobre qué tipo de empresa le generará mayor valor a los mexicanos del futuro. ¿Una petrolera monopólica en un mundo donde la demanda por este energético tenderá a caer o una empresa de energía moderna, diversificada y baja en emisiones? Ignorar estos cuestionamientos harían del esfuerzo de rescate de la actual administración algo fútil y contraproducente.