El sábado por la noche pudimos escuchar dos discursos que permiten vislumbrar un retorno a la normalidad, a una ansiada normalidad. Durante los últimos cinco años oímos primero a un candidato y después a un presidente de los Estados Unidos referirse a todo mundo en términos despectivos. Desde luego, México y los mexicanos se llevaron una buena parte de los agravios, pero no fueron los únicos. Hubo para dar y repartir; referencias francamente vulgares al referirse a las mujeres y términos xenófobos para todo aquél que fuera distinto.
Kamala Harris usó sus primeras palabras citando al político estadounidense John Lewis “la democracia no es un estado, es un acto”. La democracia, agregó, no debe darse por sentada, se debe de construir todos los días. Aquellos que saben de los mensajes implícitos en la ropa que portan los políticos señalaron que Harris optó por vestir de blanco, haciendo un guiño a las suffragettes y reconociendo a todos —hombres y mujeres— quienes han luchado históricamente para procurar oportunidades y condiciones equitativas. Quizás la frase que pasará a la historia de este discurso de la vicepresidenta electa será “…porque aunque sea la primera mujer en este cargo, sin duda no seré la última. Cada niña observando esta noche verá que este es un país de posibilidades.” Emocionante, sin duda. Pequeño contraste con el “grab’em by the pussy” del todavía presidente de Estados Unidos.
Joe Biden retomó el mensaje de los padres fundadores de los Estados Unidos. Nunca más importante regresar al “Nosotros, el pueblo”. El presidente electo habló de unidad, de sanar, habló de una nación compuesta por una enorme diversidad de ciudadanos. Cambió el tono de la conversación. Agradecí escuchar un tono sensato, un ánimo conciliador. “Es momento de dejar de lado la retórica áspera; de bajar la temperatura... Para progresar, debemos de dejar de tratar a nuestros oponentes como enemigos. No somos enemigos. Somos americanos”. No hubo palabras de rencor o resentimiento. Tampoco victimización. “Y no debemos liderar con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder del ejemplo”. Sí, tal vez frases trilladas. Pero necesarias a fin de cuentas.
El cambio de la retórica que se avecina podría suponer una buena noticia para el mundo. Y para los mexicanos solo si gobierno y sociedad logramos sumarnos a ese nuevo lenguaje, menos belicoso y polarizador, más dado a negociar. El retorno a la Casa Blanca de gente que habla un lenguaje formal y que se asume como participantes de un planeta que requiere negocios, sí, pero también compromisos globales con el medio ambiente y el desarrollo, supondrá que el gobierno mexicano tendrá menos margen para dar marcha atrás a compromisos internacionales y que tampoco podrá dar la espalda a una agenda global por la sustentabilidad energética.
Porque el retorno a la Casa Blanca de la narrativa de cooperación internacional, respeto al Estado de derecho, apego a las reglas y preocupación por construir un mundo donde estemos seguros y podamos aspirar a la prosperidad es una bocanada de aire fresco, la promesa de una nueva oportunidad para progresar. La única condición es que hablemos y asumamos ese lenguaje. Ojalá le diéramos la bienvenida a esa normalidad.
Publicado por El Universal
10-11-2020