Hace unos días se publicó el indicador más reciente de inversión fija bruta. La inversión en diciembre creció 2.7% frente a noviembre y 10.3% de forma anual. Es un dato que admite dos lecturas. Aún no se recupera el nivel de inversión que se tenía antes de la actual administración. Es más, el índice de inversión fija bruta de octubre de 2018, cuando se dio la cancelación del que hubiera sido el nuevo aeropuerto, fue 109.8. Estamos, con los datos recientes que corresponden a diciembre del año pasado, 4.5% debajo de ese nivel.
Sin embargo, la tasa de crecimiento mensual de diciembre ha sido la más alta desde julio de 2021, y quizás lo más importante es que —finalmente— se observa cierta tendencia en la recuperación de la inversión al cumplirse tres meses consecutivos con incrementos mensuales, situación que no se había visto en toda la administración del presidente López Obrador, con la excepción de los meses en la segunda parte del 2020 que únicamente reflejaron un rebote frente a la caída abrupta de casi 30% en la inversión de abril de ese año como consecuencia de la pandemia.
Durante los más de cuatro años que lleva esta administración he visto discursos contrastantes. Por un lado, una especie de optimismo forzado en el que se intentaba presentar una cara de México como destino ideal de inversiones locales y foráneas. Y, por otro lado, datos que no correspondían a ese discurso. Sí, México podría ser –en una realidad teórica– el país ideal para la inversión; pero las cifras mostraban otra cosa. La inversión subía un mes y caía al siguiente, lejos de alcanzar las cifras de 2017 o de 2016. Es la primera vez, en estos cuatros años, que hay cierta concordancia entre la visión optimista y la realidad a pesar de todavía estar muy lejos de la inversión que se tuvo hace seis o siete años.
El nearshoring le da a México, una vez más, una oportunidad de oro. Esa oportunidad no se ve aún en las cifras de inversión extranjera directa. La entrada de recursos por esta vía durante 2022 fue de cerca de 35 mil millones de dólares. En la narrativa se usa el incremento de 12% frente a la entrada de 2021, pero la comparación es incompleta y sesgada. Recibimos en 2022 menos que la inversión extranjera recibida en 2015. No se ha visto una tendencia creciente aún. Y en todo caso, la inversión extranjera directa es solo una fracción de la inversión total del país.
Noto en el sector privado —nacional y extranjero— un optimismo fundado en la reubicación de las cadenas productivas de Asia en México. Las oportunidades de inversión son reales y tangibles. La mayoría de los pronósticos de crecimiento para el país se han ido ajustando consistentemente al alza. Comparar a México con economías con las que se nos considera similares —Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Turquía— pone al país como el mejor destino de inversión.
Así como estoy segura de la oportunidad que representa el momento actual, también estoy segura de que no la aprovecharemos al 100%. No existen las condiciones de infraestructura, de generación y suministro de energía, de estado de derecho y de capital humano para beneficiarnos por completo del momento. Tampoco existe la voluntad política para hacer los cambios necesarios.
Por supuesto que el optimismo es real. Es real y notorio. No es, sin embargo, debido a las políticas económicas del presidente. Es, más bien, a pesar de ellas.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
14-02-2023