Mucho se discutió en la campaña anterior sobre el que hubiera sido el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, desde el proyecto planteado hasta el costo que nunca quedó suficientemente claro por el esquema financiero diseñado. Estas líneas no son para lamentar ese aeropuerto que no fue —por un capricho presidencial— sino para revivir la discusión sobre la necesidad de conectividad que tiene la capital del país.
Otras ciudades, particularmente Guadalajara y Monterrey, han capitalizado la oportunidad que la entidad más competitiva de México —según el Índice de Competitividad Estatal del IMCO— dejó ir. Las condiciones del aeropuerto actual de la ciudad que presume ser innovadora son lamentables.
En muchos sentidos, México está de moda y la Ciudad de México más. La oferta museográfica, gastronómica, cultural, entre otros, la hacen un destino atractivo. Pero económicamente —en términos de PIB, laborales e inflacionarios— hay otra historia. La capital fue de las entidades que más tardó en recuperarse. Con los datos más recientes, la CDMX produce únicamente 4% más que lo que producía antes de la pandemia. Si hacemos un ranking de los estados que más empleo formal han generado después del choque inicial de 2020 la capital está en el lugar 30 de los 32. Le siguen Veracruz y Guerrero. Solo tiene 2% más puestos de empleo formales que los que tenía hace cuatro años.
El nearshoring puede impulsar el crecimiento del país durante los próximos años, pero no lo hará como podría hacerlo si no cambian las condiciones de infraestructura. El aeropuerto de la Ciudad de México es un ejemplo del deterioro en la conectividad.
El AIFA no ha resuelto el problema a pesar de las continuas instrucciones del presidente para impulsarlo. La carga llega al Felipe Ángeles, pero el sistema aduanero simplemente no está listo. Los trámites y la falta de infraestructura de almacenamiento detienen los flujos. El tránsito de pasajeros es tan bajo que el presidente obligó a disminuir las operaciones en el aeropuerto Benito Juárez con la intención de mover los vuelos hacia allá.
Quizás incluso el AIFA ha empeorado la situación. Se pagó por un aeropuerto que el presidente no dejó nacer. No es sostenible financieramente ni lo será en años, tendrá que recibir cuantiosos subsidios. La operación tampoco es eficiente a pesar de tener un número muy limitado de vuelos. Los retrasos, las cancelaciones y los vuelos vacíos son la constante. Los recursos de la tarifa de uso de aeropuerto no mantienen a un aeropuerto vivo, sino que se destinan para darle respiración artificial al que el presidente quiso.
Pronto empezarán formalmente las campañas y poco se oye de las candidatas en cuanto a infraestructura. Claudia Sheinbaum ha hablado de desarrollar un sistema ferrovario de pasajeros que conecte mejor a la Ciudad de México con el centro y norte del país. Xóchitl Gálvez ha centrado en el desarrollo energético como primer paso de cualquier otro plan.
Pero sobre la necesidad de un aeropuerto funcional, moderno, competitivo, con potencial de crecimiento y que vea hacia el futuro poco se ha dicho. ¿Revivir Texcoco es opción? ¿Hay forma de que el AIFA funcione? ¿Tiene remedio el Benito Juárez? La discusión es relevante. México necesita un buen aeropuerto. Y es urgente.
*Las opiniones expresadas en esta columna son responsabilidad de la autora y no representan la postura institucional.
Publicado en El Universal.
06-02-2024