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Schumpeter y Jobs

Jamás se conocieron. Uno murió hace unos días y el otro hace unas décadas. Uno es un economista austro-húngaro que nació en 1883. El otro un genio de la innovación tecnológica que despertó en los consumidores no sólo el deseo de comprar sus productos, sino también una pasión cuasiromántica. Conozco usuarios del iPhone que hablan de su teléfono con el mismo fervor y emoción que producen las flechas de Cupido. Steve Jobs nació en California en 1955, cinco años después de la muerte de Joseph Schumpeter. El primero era un post-hippy que se vestía de jeans y tenis, el segundo un hombre muy preocupado por su aspecto personal que dedicaba cerca de una hora al día para aliñarse y vestirse. A pesar de las diferencias, ambos personajes tienen una singular comunión entre la teoría y la práctica. La obra de Steve Jobs es la mejor encarnación empírica de las teorías del profesor austriaco.

Joseph Schumpeter postuló que la innovación es el motor fundamental del dinamismo económico. La empresa con capacidad de innovar gana un poder de mercado que la convierte, temporalmente, en un monopolio o jugador hegemónico del sector. Apple es una demostración ilustrativa de esta teoría. Hewlett-Packard lanzó su tableta TouchPad y sólo siete semanas después anunció que las dejaría de producir y abandonaría ese nicho de mercado. En 2010, Microsoft decidió cancelar la producción de sus teléfonos celulares Kin, apenas 48 días después de que salieran a la venta. A este proceso Schumpeter lo denominó la destrucción creativa.

Steve Jobs también fue víctima de este proceso darwineano de selección natural por el éxito de mercado. En el 2001, Apple canceló la producción de la computadora de escritorio Power Mac G4 Cube, después de sólo 11 meses de su lanzamiento. La marca de computadoras Next, que Jobs encabezó entre 1985 y 1997, también fue un desastre financiero. Los consumidores somos los grandes ganadores de este proceso de destrucción creativa. El tecnólogo-cívico Andrew McLaughlin sostiene que un iPhone tiene la misma capacidad de procesamiento de datos que todas las computadoras de la NASA juntas en 1969, el año en que el hombre llegó a la luna. Gracias al canibalismo de firmas y productos tecnológicos, hoy un estudiante universitario tiene acceso a mayor poder de cómputo que toda la agencia espacial de Estados Unidos, hace cuatro décadas.

La competencia entre empresas es uno de los incentivos principales para fomentar la innovación. Desde el Valle del Silicio en California hasta los suburbios de Seattle en el estado de Washington, la Costa Oeste de Estados Unidos es un invernadero de nuevos productos tecnológicos que enamoran los gustos de los consumidores. Unos días antes de la muerte de Steve Jobs, Amazon.com lanzó al mercado su tableta Fire con un atractivo precio de 199 dólares. Ya los consumidores dirán si la Fire es un nuevo dinosaurio o un digno sparring del iPad. El hecho es que la gente de Apple debería de estar ocupada en desarrollar versiones más económicas de sus productos, para poder competir con precios más accesibles.

Para Schumpeter, los empresarios son precisamente el grupo de personas que aceleran ese proceso de demolición y reconstrucción económica. El autor de Capitalismo, socialismo y democracia fue de los primeros en definir el espíritu empresarial como esa capacidad para mover recursos hacia las áreas donde hay mayores oportunidades de generación de riqueza. Sin embargo, esta noción de emprendedor no está asociada a una persona de dinero, sino en la capacidad y el talento individual para transformar sueños en proyectos redituables. Steve Jobs empezó con una PYME en un garaje hasta construir la empresa de tecnología más exitosa de la primera década del siglo XXI. Pero que no se confíen los accionistas y directivos de Apple. En algún dormitorio universitario o en una empresa bien establecida debe haber algún visionario que tomará el relevo de la antorcha de la destrucción creativa.