Por: Ana Bertha Gutiérrez, Coordinadora de Comercio Exterior y Mercado Laboral, y Nataly Hernández, investigadora del IMCO.
La informalidad no es un tema nuevo en México. A lo largo de los años, es algo a lo que gran parte de la población se ha acostumbrado. Puestos en la calle y vendedores ambulantes, trabajadores domésticos y trabajadores agrícolas, empleados de empresas establecidas pero sin acceso a seguro social y prestaciones laborales… todas estas figuras son parte arraigada en el día a día de los mexicanos. Tal vez por eso a veces escuchamos una narrativa sobre la informalidad como una oportunidad de empleo que puede no ser la más deseable, pero al menos proporciona una fuente de ingresos para el 55.8% de la población que trabaja en esa situación.
A lo largo de los años, la accesibilidad de indicadores sobre el empleo informal en México ha incrementado, así que si bien siempre ha existido, ahora es más visible. Estas cifras exponen la predominancia de la informalidad en las últimas 3 décadas: desde 1987, la mitad o más de los trabajadores del país han carecido del ejercicio pleno de sus derechos laborales, y por ende enfrentado más vulnerabilidad que sus pares formales.
Esta vulnerabilidad tiene repercusiones serias sobre el bienestar de quienes la viven. En primer lugar, al emplearse de manera informal, frecuentemente carecen de una fuente de ingresos estable y suficiente. Al no tener acceso a una liquidación ni a un contrato, sus empleadores incurren en menos costos al despedirlos y tienen mayor facilidad para hacerlo, por lo que sus ingresos tienen menos garantías.
Además, por cada $100 pesos que un trabajador formal gana por sus labores, uno informal percibe sólo $55. En cuanto a la suficiencia de esos ingresos, la evidencia es concluyente. En el caso de los trabajadores formales, 1 de cada 100 recibe recursos mensuales escasos, que no alcanzan para cubrir el costo de una canasta alimentaria básica (que apenas proporciona un valor nutricional adecuado); las circunstancias son más drásticas cuando se trata de trabajadores informales, pues el ingreso de 22 de cada 100 trabajadores no cubre dicha canasta alimentaria.
Además, el acceso a una cuenta de ahorro para el retiro, a servicios médicos, a apoyo para el cuidado de menores o a días de vacaciones garantizados, es algo que muchos de los trabajadores formales asumen como parte habitual de sus condiciones laborales. No así para quienes trabajan en la informalidad. El impacto de estas carencias sobre el bienestar social y material de las personas es innegable.
También es evidente el efecto de la informalidad laboral sobre el potencial de desarrollo profesional de las personas, ya que es menos probable que accedan a cursos para mejorar habilidades, o a otras herramientas para volverse más productivas, mejorar su posición y, por ende, sus ingresos. Más allá del efecto personal, el vínculo entre informalidad y baja productividad repercute en la economía en su conjunto. Una fuerza laboral menos productiva limita el potencial de crecimiento de la economía a corto y mediano plazo.
Después de tantos años, la informalidad se ha afianzado como un problema estructural para la economía nacional. Es tanto causa como consecuencia en un círculo vicioso de informalidad, baja productividad y poco crecimiento económico. De este círculo no hemos podido salir en décadas, pero hacerlo es un requisito indispensable para tener una economía más dinámica. Por ello, no podemos permitirnos otros 30 años con tan elevada informalidad laboral.
Publicado en Animal Político.
24-02-2022