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Catálogo de desigualdades

La desigualdad es un rasgo inherente de la especie humana. Al ver un juego de futbol con Lionel Messi es evidente que el talento no está distribuido de una forma justa, ni homogénea. La magia de sus pies pone al crack barcelonés en un plano distinto que el resto de los mortales. Con excepción de Cristiano Ronaldo, delantero del Real Madrid, el resto de la humanidad está más o menos resignada a la superioridad futbolística de Messi. La singularidad de sus capacidades no se refleja sólo en la cancha, sino también en los cheques que saldan sus quincenas. La belleza, la inteligencia y la capacidad de innovación son versiones universalmente aceptadas de la desigualdad. Sin embargo, hay otras formas de desigualdad que generan controversias y revoluciones.

Uno de los experimentos sociales y políticos más crueles del siglo XX, el comunismo, intentó resolver el problema de la desigualdad y en cierta forma sí lo logró. La homogeneización de la penuria, en países como Corea del Norte y Cuba, es evidencia de que la lucha de clases se resolvió mediante el empobrecimiento generalizado de la población. Carlos Marx yace muerto y enterrado en un cementerio de Londres, pero el debate sobre la desigualdad determinará el futuro político y económico de occidente.

Una encuesta del Foro Económico Mundial, que organiza la conferencia de Davos, presenta la desigualdad como uno de los principales retos globales. La revista Finanzas y desarrollo, del Fondo Monetario Internacional, dedicó su edición de septiembre de 2011 a este problema. El hecho de que una institución como el FMI le diera un lugar tan relevante al tema demuestra que la desigualdad es una preocupación central de la agenda global. Durante mucho tiempo se asumió que la desigualdad no era un problema, siempre y cuando el dinamismo económico permitiera la reducción de la pobreza. Los defensores de esta hipótesis estamos mudando de opinión.

De acuerdo con los economistas del FMI: “Quizás el nivel de desigualdad sea lo que diferencia a los países que pueden sustentar el crecimiento rápido durante muchos años, incluso decenios, de los muchos otros cuyas rachas de crecimiento son efímeras. Si la eficiencia es un crecimiento a largo plazo más sostenible, los países podrían alcanzarlo mejorando la igualdad”.

Los economistas del FMI encontraron que la inequidad social genera circunstancias incompatibles con el tipo de crecimiento económico que transforma el destino de una nación. Las instituciones jurídicas sólidas y la estabilidad política son condiciones para la generación de prosperidad. Los liderazgos populistas que sabotean el futuro a cambio de súbitos espejismos de abundancia tienen el campo fértil en las sociedades marcadas por contrastes entre la carencia y la opulencia.

En fechas recientes, las redes sociales en México han difundido ofensivos casos de abusos y prepotencia. Las Ladies de Polanco, Miguel Sacal o El Caballero de Playa del Carmen se volvieron patéticas celebridades del ciberespacio por su capacidad para ofender y agredir a personas con un menor nivel de ingreso. Estos tristes ejemplos son una manifestación de una de las desigualdades más corrosivas del tejido social: la disparidad de derechos. En México, la posibilidad de tener un trato justo ante un juez depende en gran medida del ingreso de las personas. En nuestro país, el gasto gubernamental no cumple cabalmente con su función de construir una cancha más plana para todos. Las disparidades de ingreso son mucho más violentas cuando también se reflejan en derechos asimétricos para educarse, curarse o acceder a un tribunal. Esa desigualdad de oportunidades no es generada por una falla de mercado sino por una falla del Estado. Nuestro estilo nacional para ejercer el presupuesto público es un subsidio a la preservación de desigualdades que lastiman a las personas y ponen en peligro la prosperidad del país.