Concluir la educación superior tiene beneficios, pero las recompensas no son las mismas en la Ciudad de México, en Campeche o en Sonora. Una licenciatura promete convertir el tiempo, esfuerzo y recursos invertidos en frutos tangibles como mayores ingresos y mejores condiciones laborales. Si bien una carrera es un vehículo para acceder a mejores oportunidades económicas y de crecimiento profesional, la entidad federativa donde se ejerce juega un papel importante.
De acuerdo con Compara Carreras 2024, una herramienta del IMCO que explora las condiciones laborales de los profesionistas en México, las personas con educación superior tienen el doble de probabilidad de acceder a un empleo formal y son tres veces más propensas a ocupar puestos directivos dentro de las empresas. Además, hay un impacto directo en su bolsillo, ya que ganan en promedio 81% más que aquellas personas con bachillerato, pero este “premio” varía según el estado. Mientras que los profesionistas en la Ciudad de México ganan más del doble que sus pares con bachillerato, en Colima la diferencia se reduce a 33%. Por su parte, en entidades como Zacatecas, Coahuila o Sonora, los profesionistas ganan alrededor de 50% más que aquellos con Bachillerato. ¿Por qué ocurre esto? Porque la ubicación geográfica determina en buena medida las oportunidades laborales a las que pueden acceder las personas y, por lo tanto, afecta la rentabilidad de los títulos universitarios.
Estas disparidades en los ingresos de los profesionistas entre las entidades se deben en buena medida a la concentración de industrias de alto valor en zonas específicas. La Ciudad de México, por ejemplo, cuenta con un gran número de empresas multinacionales, centros financieros y oficinas de gobierno, lo cual favorece empleos con ingresos más altos y oportunidades de crecimiento. En contraste, estados más dependientes del comercio y el turismo como Colima y Quintana Roo, si bien generan una cantidad importante de empleos, estos sectores no necesariamente demandan trabajadores altamente calificados. Los sectores que predominan en cada entidad influyen sobre el tipo de empleos disponibles y en el potencial de crecimiento de los profesionistas.
De hecho, cada estado tiene su propio sello distintivo en el mercado laboral. En el norte del país, la industria manufacturera –que suele emplear en la formalidad–es la principal empleadora, ya que ocupa a uno de cada cuatro trabajadores. En el sur, las oportunidades de trabajo se concentran en la agricultura, la ganadería o la pesca, sectores menos premiados y con una menor calidad de empleo. En la zona centro, el comercio predomina mientras que en los destinos turísticos como Quintana Roo y Baja California Sur, los restaurantes y hoteles son los principales generadores de empleo. ¿El resultado? Una disparidad notable en las oportunidades de crecimiento profesional y en los ingresos según la profesión que ejerzas y la entidad en la que vivas.
Esta realidad impacta a los jóvenes en un momento crucial de sus vidas: cuando deciden qué estudiar y dónde trabajar. Muchos optan por migrar a los núcleos económicos como Ciudad de México, Jalisco o Nuevo León en busca de mejores oportunidades. Pero esta solución tiene su costo. La fuga de talento no solo debilita las economías locales de los estados emisores, sino que también satura los mercados laborales de las ciudades receptoras, donde la competencia por los puestos más deseados se vuelve feroz.
Por otro lado, quienes deciden quedarse en sus estados enfrentan un dilema. Adaptar la elección de carrera a las oportunidades locales puede ser una estrategia lógica, pero también plantea una pregunta incómoda: ¿deberíamos resignarnos a que el contexto regional limite nuestras aspiraciones? Por ejemplo, en estados con economías agrícolas o turísticas, estudiar agronomía o gestión hotelera puede parecer sensato, pero ¿qué pasa con quienes sueñan con ser ingenieros aeroespaciales o científicos de datos?
Aquí es donde las universidades tienen un papel crucial. Las instituciones educativas deben dejar de ser fábricas de títulos y empezar a actuar como motores de cambio económico y social. Alinear sus programas con las necesidades del mercado laboral local es un paso necesario, pero no suficiente. También deben anticiparse a las tendencias globales para garantizar que sus egresados estén preparados para competir no solo en sus estados, sino en cualquier lugar del mundo.
El lugar donde vives no debería limitar tu potencial profesional. La educación superior tiene el poder de transformar vidas, pero no lo hará si no se acompañan esfuerzos por nivelar las oportunidades en todas las regiones del país. Necesitamos una estrategia nacional que fomente la inversión, diversifique las economías locales y alinee la oferta educativa con las demandas del mercado. Solo así podremos garantizar que cada mexicano, independientemente de dónde viva, tenga acceso a empleos de calidad que correspondan con sus aspiraciones profesionales.
Publicado en El Sol de México
17-12-2024