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Drácula" y el "Piojos Bravos""

El documental Los ladrones viejos (2007) es un viaje a las penúltimas décadas del siglo XX mexicano. El cineasta Everardo González hilvanó testimonios y nostalgias de cinco presos que llegaron a la cárcel, después de largas carreras como amigos de lo ajeno. El Carrizos es uno de los cleptómanos protagonistas que se dedicó a saquear docenas de residencias en la Ciudad de México. Ya he utilizado esta película como referencia y musa de otros artículos. Sin embargo, la mejor anécdota del film la guardé para narrarla en el siguiente párrafo.

La biografía de Carrizos denota cierta adicción por la adrenalina. Mientras más complicado sea el robo y más alta la barda, mayor la emoción y el incentivo. En una ocasión, Carrizos y su cómplice deambulaban por los rumbos de San Jerónimo en busca de una casa donde realizar un “trabajo”. Encontraron una mansión cuya entrada estaba vigilada por un grupo de soldados. Cuando los uniformados se descuidaron, el par de cacos saltó el muro de la residencia. Sin llamar la atención de los militares, los ladrones se despacharon con un lote de joyería y una chamarra de cuero. El robo se consumó sin incidentes, pero a la mañana siguiente, la abuela del Carrizos le anunció que un amigo-policía apodado el Piojos bravos lo andaba buscando con urgencia. Cuando Carrizos le devolvió la llamada a su cuate, ocurrió el siguiente diálogo: “-¿Anduviste ayer por San Jerónimo? -Sí. -Pues te robaste la casa particular del Presidente Echeverría. Tienes su chamarra”.

Durante años, otro judicial apodado el Drácula se dedicó a administrar la impunidad del Carrizos a cambio de una cuota sobre sus atracos. El Drácula tenía muy estudiado el modus operandi de su socio. En sus robos, el Carrizos usaba las fundas de las almohadas como bolsas para transportar el botín. En la alcoba de los Echeverría, además de las joyas de la primera dama también faltaban las fundas de las almohadas. El Carrizos había cometido un crimen para el cual no era posible negociar el perdón.

¿Qué nos enseña Los ladrones viejos de los criminales modernos? ¿Qué ha cambiado del México del Carrizos, el Drácula y el Piojos bravos al país de la Mano con ojos? Para bien y para mal, hoy muchas cosas son distintas al retrato que pinta la película de Everardo González. Tal vez, una de las diferencias más importantes es la pérdida de control sobre el funcionamiento de las policías locales en diversas regiones del país. El Drácula y el Piojos bravos eran dos policías corruptos que trabajaban de la mano de los delincuentes. Sin embargo, esa relación de cooperación tenía ciertos límites que no se podían transgredir. El atraco a la residencia privada del Presidente era un delito cuyas consecuencias rebasaban los acuerdos funcionales entre criminales y policías.

En el México actual, en estados como Durango o Tamaulipas la cooperación entre las policías locales y la delincuencia organizada parece no conocer ni pudor, ni fronteras. Los crímenes que se comenten hoy resultan mucho más brutales y desgarradores que el saqueo de la recámara presidencial. ¿Cómo entender la existencia de las fosas comunes con cientos de cadáveres sin la protección o activa participación de los cuerpos de seguridad locales? ¿Cómo explicar la cooperación policial con el crimen organizado sin la complicidad o negligencia de las autoridades políticas?

Hoy los gobernadores estatales tienen más poder que nunca. La democracia y la descentralización los dejaron con amplios márgenes de autonomía política y los bolsillos bien dotados de recursos. Sin embargo, este nuevo poder no se ha reflejado en mayor capacidad para controlar sus aparatos de seguridad y poner un freno a los criminales. El Drácula y el Piojos bravos, dos policías corruptos hasta la médula, sabían muy bien que había ciertos crímenes donde era imposible eludir el castigo. Mientras los gobernadores no tengan el control de sus policías, sus estados y feudos serán los virreinatos de la impunidad.